Por Sergio Ceyca
Desde joven, para Samuel Parra la escritura funcionaba como un strip tease. Uno se desnudaba frente al papel, dice. Y durante muchos años eso continuó hasta que la escritura, también, tuvo que volverse una forma de abordar los propios problemas: las adicciones. Ya no sólo era exhibirse. En La Pared Noticias nos acercamos con él para hablar de su trayectoria.
Samuel Parra es oriundo de Mazatlán, Sinaloa. Es escritor, periodista, ensayista y promotor cultural. Tiene 21 años de experiencia en medios de comunicación destacando en prensa escrita nacional e internacional.
Es master de Literatura Mexicana Contemporáneo por la Universidad Autónoma Metropolitana. Es autor de los libros Cuando escribir duele, La puerta del dolor, y Velo negro. Ganador del Premio Memoria en el Alma que entrega la Academia de Artes y Letras de India por su novela En la piel de un adicto durante la selección 38 de novelas internacionales en el 2017.
Además, es ganador del Premio Memoria en el Alma que entrega la Academia de Artes y Letras de India por su novela En la Piel de un Adicto durante la selección 38 de novelas internacionales en el 2017.
LPN: Vamos por lo básico: ¿cuáles son tus primeros acercamientos a la literatura?
Samuel Parra: Yo creo que mi primer acercamiento fue por accidente. ¿En qué sentido? En la historia de un escritor se mezclan las propias pasiones pero también las generalidades, las coincidencias, las decisiones que uno toma y te llevan a hacer cosas de las que después te puedes preguntar si eso lo leíste o lo viviste. Así me pasó. Estaba en la preparatoria, cursando el segundo año, y un maestro de literatura nos pidió que leyeramos El ruiseñor y la rosa, de Oscar Wilde. Yo por seguir la influencia de un compañero dije: no, yo no voy a hacerlo porque es homosexual. Primer error: juzgar a un autor sin conocerlo. Segundo: un pensamiento homofónico que aún permea mucho en el país. Yo lo hice en el momento porque seguía la corriente pero cuando leí al escritor irlandés que fue torturado en la cárcel, me enamoré de un hombre: de su prosa, y esa manera tan triunfal de reírse de la sociedad victoriana del siglo diecinueve. A través de la sátira, el sarcasmo y el humor realista de Wilde, fue mi primer acercamiento a las letras; y que esto es uno de los elementos que permea en mi estilo de narrar historias: la exageración de la realidad porque la ésta supera a la ficción.
LPN: Para continuar: Ese fue tu primer acercamiento, me imagino que llegaron más lecturas. ¿En qué momento decides que quieres escribir o empiezas a hacerlo? ¿Fue cuando llegó la determinación de escribir profesionalmente, o fue primero una inquietud?
SP: Yo comencé de manera practica en la misma preparatoria a través de los ensayos. Porque escribir ensayos es como hacer un striptease al revés: revelas cosas de ti mismo a través de citas, referencias, todo lo que te estás echando encima. Hay una frase de Oscar Wilde que me gusta mucho, dice: ‘denle una máscara a un hombre y dirá la verdad’. Muchas veces asumir un disfraz no se hace para ser otro, sino para ser el que normalmente no te atreves a ser. Eso es la literatura. Atreverte a desnudar y creo que la vez que lo hice, con mis emociones y sentimientos al borde de un colapso, al cuestionarme qué estaba haciendo yo en este mundo con ciertas depresiones y alegrías; y que esto se tradujo, con el tiempo, en mi primer libro que se llama Cuando escribir duele. Libro que fue un trabajo de quince años de cuestionamientos personales, de hacerme un baile erótico a mí mismo.
LPN: En este aspecto, entonces públicas ya grande. ¿Cómo se da esta primera publicación y, para continuar, qué autores te acompañan además de Wilde?
SP: El hecho de publicar ya grande no fue el dilema o el punto de reflexión. El hecho fue lo que publiqué: atreverme a confesar que soy un adicto a la comida, un comedor obsesivo compulsivo. Una realidad que yo desconocía y que constante, posteriormente, cuando ingresé a una clínica de adicciones. Esa fue la manera en que, indirectamente, yo supe que había una historia. La historia que me cambió, me cimbró, me enterró en una maraña de insanos juicios que provocó en mi descubrir una literatura dolosa, una literatura de choque, de encuentro, que es similar a lo que dice Mario Vargas Llosa, de que la literatura es algo que se ha hecho para atravesar los tiempos difíciles. Como esto que se está atravesando de la pandemia. A mí me sucedió: la literatura se hizo en mi mediante un tiempo difícil. Y es una buena cosa que en estos tiempos tan inesperados todos nos preocupemos por hablar de literatura, en este caso cómo expresar la experiencia de estar con adictos a las drogas, al juego, al sexo, a la violencia; cómo sobrevivir en ese entorno. Y bueno, lo hice a través de la literatura porque es un arma de combate, una manera de resistir, siempre ha sido un modo de protestar. Yo protesté porque odiaba ser un adicto a la comida y terminé aceptando mi realidad cuando supe que la literatura, las letras, no son un accesorio decorativo y puro entretenimiento, sino que es un arma con la que podemos emprender la lucha contra los agravios en nuestras sociedades. Posteriormente a que terminé mi tratamiento vino la creación del libro que me mereció un premio en la India, el cual se llama En la piel de un adicto. Una influencia muy fuerte en mí ha sido el escritor José Agustín, considerado pionero en la literatura de la onda, que ha destacado por obras como La tumba, De perfil, Se está haciendo tarde, en las que ha sabido reflejar la sensibilidad urbana y la cultura de la juventud, te estoy hablando de los años sesenta. Fue influido por la generación Beat estadounidense, te estoy hablando de Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Charles Bukowski, aunque este último fue un escritor trágico-maldito; y te digo, fui influido por la literatura de la onda que se distinguió por usar un lenguaje coloquial, sin censura, con tópicos como el inconformismo y el sexo, con libros que fueron La puerta del dolor y Escribir duele, se vio esa influencia. Posteriormente en La Piel de un adicto fue el destape total, el arrabal.
LPN: ¿Los libros que llegan después de En la piel de un adicto cómo llegan, entonces? Si este último que mencionas fue el asunto de una rebelión y un exorcismo ante los propios malos hábitos, lo que sigue ¿cómo aparece?
SP: Para pasar de un libro a otro fue un salto de fe. Esto en el sentido de que de la literatura confesional pasamos al cuento, a la literatura infantil; y posteriormente al denominado realismo sucio. Aquí la anécdota dice mucho de un escritor que no podía dejar de serlo, que atacó a su maquina de escribir hasta el final de sus días, y cuya escritura siempre corrió el peligro de disolverse en el periodismo. Así fue mi vida. Alrededor de veinte años en el periodismo queriendo escribir las historias que escuchaba porque un editor sin visión o sin pasión o confianza te cerraba el paso. Hay algo de periodismo en mi trabajo porque me considero un contador de historias, pero cuando descubro lo precioso del realismo sucio me pregunto qué estaba haciendo antes. Pero en buen periodismo agregaría yo, siendo el único tema y haciendo de mi vida el material de una intensa, brutalmente honesta crónica, que supe travestir en cuentos, novelas, no dudé incluso en llamarme cronista, y sin estar consciente de eso, acumulaba en la reserva autobiográfica montones de anécdotas para ser utilizadas después. Así fue como nace un libro de cuentos llamado La princesa de los elefantes, la historia de una niña llamada Lala, que llega de la India a Mazatlán, traída por sus padres en una oferta de trabajo y descubre que aquí en el puerto hay muchas diferencias a comparación con su país natal, que la gente es muy gritona, que la comida que hace su mamá no le gusta a los mazatlecos porque está muy condimentada, que aquí la gente es muy cochina, muy sucia, cuando allá en la India son más doctos, un poco más alebrestados. El giro de tuerca de este cuento es que hay un caso de abuso sexual infantil. No puedo dejar de jugar con el realismo sucio, aunque escriba para niños: y es que los cuentos, las novelas y los poemas son anécdotas escritas a golpes crudos, sin ornato, dándole forma a un género que se llama así. Y en la descripción que hago de mi mismo, lo que parece desprecio es, en realidad, otra forma de la vanidad invertida, martillando en el autoescarnio; el resultado es un personaje que fascina sobre todo en la juventud por su rabiosa libertad, y su ética de no endulzar nada con adjetivos hipócritas; sino de presentarse gordo, barbón y errático, insoportable, una bestia entrañable en algunas ocasiones que cede a la lírica al decir que soy un telón en llamas, soy una serpiente, soy la orilla de un vidrio que corta. Como suele suceder en esta obra, la realidad supera a la ficción, se convierte en un libro llamado Manzana podrida, que este libro son anécdotas de reporteo nocturno, en ese telón de personajes ocultos, míticos, negros, desde lo que va un sicario escondido en un centro de rehabilitación, una prostituta que viene desde Sudamérica (aquí en Mazatlán la mujer es considerada un símbolo sexual y en su país ya está pasada de moda); así como un cuate que, curiosamente, trabajaba conmigo en una agencia automotriz, que ganaba mil doscientos pesos a la quincena como lavador de carros, pero cuyo otro trabajo era sembrar motita con una inversión de treinta mil pesos y se ganaba medio millón de pesos. Y así hay infinidad de historias con pederastas, con caníbales, con personas que tu dices: cómo las contactas. Bueno, benditas redes sociales, que son el infierno en la tierra.
LPN: ¿Qué más nos puedes decir del cuento La Reina de los Elefantes? ¿Cómo surgió en específico?
SP: Lo escribí después de ver a mi hija acostadita en su cama y tenía un elefante de peluche a un lado de ella, al cual le hacia una reverencia, y lo escribí como relato y lo subí a un blog que tengo y ahí quedó. Con el tiempo, uno de mis lectores avecindado en España, me preguntó si tenia el cuento terminado, sólo subí un fragmento, se lo mando y me hace una oferta a través de una editorial llamada Canarias, para publicarlo. Posteriormente nos informan que este libro ganó un premio a través de una Fundación en Barranquillas, Colombia, que permite la publicación del texto en ese país y que se distribuya en zonas marginales donde la situación del abuso es de mayor relevancia. El libro de la Manzana podrida, también fue publicado en Canarias.
LPN: Para terminar, ¿cuáles son tus planes ahorita a corto plazo? ¿Andas escribiendo algo?
SP: Actualmente estoy trabajando en una serie de novela negra que ya tengo unos cinco años dándole, ya que este genero me atrapa mucho. Algo diferente a lo que he hecho. También tengo un canal llamado No No El Cerdito Booktuber, que es un puerquito como elemento lúdico que utilizo para hacer recomendaciones, que está en todas las redes sociales. Y bueno, ¿un escritor cómo se maneja? ¿Cómo trabaja? ¿Cómo se desarrolla? Bueno, hay que leer de todo menos a Carlos Cuauhtémoc Sánchez o a Paulo Cohelo, porque esos te dan roña. Ahorita estoy leyendo novela histórica, que también me gusta, con el libro Juárez. La rebelión interminable, de Pedro Salmerón, y El rostro de piedra, escrito por Eduardo Antonio Parra. ¿Por qué a Juárez? Porque es una figura que la historia oficial ha tratado de convertir en historia de bronce. ¿Cuál es ésta? Aquella que se construye en estatuas, en monumentos, en obeliscos, y quedan a perpetuidad sin que sean puestos a juicio. Aquí estos autores lo desmitifican a Juárez. Basta agregar que la novela negra en México es un género literario que en los años setenta no se le tomaba tan en cuenta, se le encasillaba en una subdivisión de la narrativa mexicana. Cuando el escritor Paco Ignacio Taibo revolucionó el género en México, con su detective Héctor Belascoáran Shayne, con esa maravillosa novela llamada Días de combate. Taibo fue uno de los precursores de este género como también están Eduardo Antonio Parra, Élmer Mendoza, de Sinaloa, está también Liliana Blum, que es una escritora duranguense, Leonardo Padura, que es cubano. Y qué no decir de los clásicos: Henning Mankell, por ejemplo. La novela negra es un género al que estoy apostando.
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