Diván de Letras
Por Gabriela Camacho
Me levanto, hago lo propio. Las cosas que cada día veía insignificantes hoy valen tanto. Después de ir al baño, lavarme los dientes, verme en el espejo lentamente, lavo mi cara y respiro. Voy a la cocina, bebo agua despacio, la siento recorrer mi cuerpo. Lo disfruto.
Preparo todo para tomar un baño, lo hago. Veo caer en cámara lenta el agua, está un poco fría. Y es que siendo las 5:40 de la mañana apenas empiezo a replantearme todo como cada día y es raro. Comienzo a despertar lentamente. Ya seca y cambiada, lista para estar nuevamente en pijama en mi casa, pero fresca. Ya con mi café en mano, pienso en qué hacer hoy. Ya leí libros, ya tomé un sinfín de cursos en línea, ya escribí casi casi un poemario y un libro, cociné recetas nuevas, hice postres, hasta los perfeccioné. Terminé las cartas para los que amo por si algo me pasa y no alcanzo a despedirme. Siempre muy organizada.
Calmé mi ansiedad que provocó que entrara en pánico pensando que estaba contagiada del virus que nos aqueja. Aún sigo aquí. Leo las noticias, la política, un juego; las tragedias, un golpe a mi corazón; los hechos locales un tanto interesantes; las opiniones, falsas; las notas amarillistas, nervios para mi alma; los espectáculos y cultura, sonrisas; los deportes, motivación. Cada quien su lucha, cada quien su sentir.
Todos los días, iguales. No sé si pensar en que esto seguirá igual y debemos adaptarnos, no sé si llorar porque pudimos haber abrazado por última vez, agradecido de frente, amado con besos, reído hasta llorar, llorado de alegría, disfrutado de la presencia de la gente, todo en vivo. Quizá esto acabe o quizá no y solo nos quedamos con lo último. Pesa en el alma. Te replanteas todo.
Sé que no he sufrido tanto, tengo lo necesario. Pero pienso en los que no, y lloro. No sé hacer otra cosa más que llorar. ¿Así se libera uno, qué no? Por otro lado, pienso en todos los solteros. Y no lo digo por desavenencia, porque todos piensan en lo difícil que es esto para las madres, para los padres, para los maestros, para los padres de familia, para los niños, para los doctores, para lo que están en la calle, para los que viven al día en sus negocios locales, para los casados, para los que aman o no aman, para los pobres, para los animales de la calle, para todos.
Aunque a veces hay plenitud, la soledad no es lo mejor en pandemia y confinamiento, y desmiéntame quién me desmienta. No lo es. Somos fuertes y ante la sociedad que de todo quiere opinar y demeritar, te defiendes. Ahí el hecho de no aceptar la vulnerabilidad de estar en soledad. Pese a que casi todos tenemos mascotas, amigos, familia, con quienes encontrar apoyo y amor, estando sola o solo simplemente no lo encuentras, a veces se te pierde.
En esta reclusión ahora por decisión propia entiendo que no son los débiles quienes se suicidan, entiendo su llanto, entiendo su desesperación. Nunca lo he pensado, pero sé lo suficiente para sentir ese dolor. Muchos de ellos ya no encuentran el sentido y considerando las circunstancias creo que nos ha pasado a todos; cuando no estás solo quizá es mejor, se te olvida y te distraes. Pero solo, es sumamente difícil.
Luego de hacer esta pausa y pensar. Agradezco el estar aquí, ahora. Y comunicarme y abrazarlos aquí, por este medio virtual.
Hoy dedico este pedacito de mí a los solteros confinados porque nadie entendería tan bien las dificultades que viven en su mundo, porque todo el mundo piensa que tienen todo arreglado; que si no tienes hijos, es muy fácil; que los matrimonios son más difíciles y en fin… todo lo que aluden sobre esto y la presión social que ejercen en sus vidas. No son dramas, solo que hoy decidí reconocerlos a ustedes porque nadie nunca lo hace ni tenemos un día para festejarnos en el calendario. Total, desde el Diván de letras de La Pared, va todo mi reconocimiento por su lucha y su fortaleza. Brillitos y lucecitas de amor.
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