La siguiente es un relato realizada por Manuel Aceves en base a una historia relatada por Juan Diego Macías. Forma parte de un proyecto de colaboración en el que se narran historias de interacción entre la policía y la criminalidad de nuestro estado, en la que los personajes siempre están al filo de la navaja.
El Caimán Mejía era calculador como los reptiles y tenía fama de no rendirse jamás hasta llevar a su presa a lo más profundo de sus aguas pantanosas. Sin embargo, en una ocasión quedó atrapado en ellas; antes de eso siempre se le veía perfectamente rasurado y de vestimenta impecable. Usaba unos lentes de sol “Police”, que consideraba parte de su indumentaria, por eso algunos también le decían ‘el dandi’. Había estudiado para abogado y se convirtió en policía por azares del destino. A la gente del puerto le caía bien por humilde y campechano.
Para el resto de la tropa se convirtió en un dolor de cabeza por su afán de intervenir en las causas perdidas: tan clavado en su rollo de ser implacable a pesar de tanta corrupción e inmundicia. Tan necio, tan terco. “¿Quién puede ser chaca en un mundo donde cualquier tonto te atrasa? Aquí los malandros son los que rifan Mejía, agarra la onda. No puedes ir por la vida haciéndola de súper héroe, cabrón”, le advirtió un viejo comandante que se jactaba de haberlo introducido en el mundo policíaco. Al Caimán Mejía le valió madres el consejo y siguió haciéndose el valiente, no era fácil sembrarle dudas, era terco, obstinado y pocas veces decía “no puedo”. Sus hazañas kamikazes lo convirtieron en director de la Policía Municipal de aquel pequeño municipio con salida al mar, uno de los epicentros más atroces de la violencia causada por pleitos entre dos bandos del narco.
Aunque su honestidad era una cruz que cargaba a cuestas, su orgullo era una lápida. Se ponía bravo cuando la situación lo ameritaba: tenía sus razones para ser aguerrido y también sus cargas, su hermano formó parte de las filas de la delincuencia organizada y aquello le calaba en el orgullo. Era duro, antes de morir, su hermano lo buscó para pedirle ayuda, le aseguró que se había reivindicado, que había dejado la droga: el consumo y la venta. “Te aseguro, carnal, quiero ser un hombre de bien, ya cero con esta madre, quiero tener hijos, quiero una vida digna”, le había dicho por teléfono antes de un silencio que antecedió el fin de la llamada. El policía no quería saber nada de su hermano delincuente, ni vivo ni muerto. Así nomás.
Algunos policías apostaban que esa actitud sería su sentencia de muerte y en realidad, estuvo a punto de serlo cuando se topó con el sicario más pesado de la plaza. Esa vez nomás sonaron los disparos y el Caimán se quedó quietecito. La mañana en la que varias camionetas le cerraron el paso en un paraje solitario había cumplido un mes como director de la Policía Municipal y por poco y no la cuenta.
Había salido muy temprano de la comandancia sintiéndose protegido por las placas vencidas de chalecos tácticos que les había ensamblado a las puertas de su camioneta. No contaba con que los miembros de la mafia llevaban rifles de asalto AR-15 y fusiles Kalashnikov.
—Ya nos dieron en la madre, jefe—, advirtió su escolta miado en los pantalones.
Mejía se quedó inmóvil y luego pareció quebrarse como un barco al chocar contra un bloque de hielo. Sudó frio sintió que se le soltaba el estómago: aquel no era un puchadorsillo cualquiera como los que acostumbraba lidiar. Al hombre Pálido y lampiño que hizo bajar su humanidad de 120 kilos y casi dos metros de estatura, de una Hummer, era el Chacal, el pistolero más sanguinario de la zona. Le decían así en honor al personaje que salía en Sábado Gigante, el que tocaba la trompeta cuando los participantes del concurso de canto ya no eran dignos de estar en el escenario; así lo bautizó su primer jefe en el narco quien le encomendó limpiar la plaza y eliminar a un grupo insurrecto que había estado contrabandeando droga sin permiso.
Devoto de la religión yoruba, creyente de Elegua, presumía estar blindado contra la policía, el gobierno y los enemigos, aunque gran parte de su éxito se debía a que los tenía comprados o atemorizados con amenazas.
El hombre tenía el control del municipio y eso incluía la corporación policial a cargo de Mejía, necesitaba dejárselo claro porque desde su llegada a la corporación rompió todos los acuerdos: comenzó a cambiar los turnos de los policías, hizo movimientos, generó caos, todo un batido que no le gustó al Chacal. Mejía se la estaba haciendo cansada. No quería recibirlo, no quería verlo, no quería nada con él, igual que con su hermano. En esa ocasión sería imposible prolongar el encuentro, un Chacal vestido de militar le cortó el paso, otros dos hombres bajaron de la camioneta blindada y le ordenaron con señas al Caimán que descendiera de su camioneta.
— El Patrón quiere verte, viejo. Te trae un regalito —, expresó un pistolero encapuchado de algunos 17 años. Apenas podía cargar el cuerno de chivo.
Pistolero dos y pistolero tres se colocaron atrás del León. Las radiofrecuencias sonaron desquiciadas. Tres camionetas más llegaron al punto levantando una nube de polvo. El comando estaba completo. Pistolero cuatro y cinco formaron una muralla cubriendo los costados de su jefe. A lo lejos se apreciaba una cortina de naranjos y limoneros.
“Bonito paisaje para morir”, pensó irónico Mejía mientras el miedo le doblaba las piernas.
—¡Hasta que se me hace conocer al Cocodrilo Dandi!—, dijo el Chacal en tono burlesco. Su voz era gruesa como la de un rapero afroamericano —, ¡no te asustes!
No había duda, el municipio se había convertido en un infierno para los policías y a ese averno lo habían arrojado sus mandos.
— ¡Tráiganlo, muchachos! — ordenó el capo apuntando hacía una de las camionetas. Se refería a un escuálido muchacho de torso desnudo y ojos vendados el cual sacaron a golpes y empujones de una de las cajas. Su humanidad mostraba la evidencia de un sufrimiento prolongado. Latigazos, cachazos, quemaduras de cigarro, heridas con navaja, todo ello era evidente en su carne, pero el dolor estaba por terminar. La idea no era dejarlo en libertad. La muerte era el único camino. Lo hincaron frente al Chacal a poca distancia del Caimán, el muchacho parecía un ternero a punto de entrar al matadero. Eso era. Intentó zafarse las esposas con desespero y sólo consiguió lastimarse más.
—Cuando te resistes lo único que consigues es más dolor, advirtió el maleante para luego llevar una pistola corta a la sien del muchacho. Jaló el gatillo con indiferencia de reptil y en un abrir y cerrar de ojos una bala le cortó la vida al jovencito. Dos balas estremecieron el ambiente y provocaron que los pájaros desalojaran las ramas de los árboles para luego emprender el vuelo. El cuerpo cayó como un saco pesado sobre la tierra.
—Es un regalito para que sepas que aquí andamos, viejón—, dijo el jefe de la plaza riendo al tiempo que le apuntaba con el arma.
A Mejía le ardió la sangre de impotencia. Sabía que su Ruger 9 milímetros no era nada a comparación del rifle del Chacal: una bestia lista para escupir setecientas cincuenta balas por minuto. Eso además de la Súper que le había destrozado el cerebro al pobre desgraciado que tenía a unos metros. ¿Qué hace un policía ante estos casos?, se preguntó el Caimán. Pensó en su hermano, en el perdón que nunca le otorgó, en que también era un delincuente pero que en muchas ocasiones le dijo estar arrepentido y nunca le creyó. Ese día no iban por él, sólo era una advertencia, una tarjeta de presentación macabra, una demostración de fuerza al estilo narco.
— ¿Te quedó claro, cabrón? —, cuestionó el Chacal sacándolo de aquel estado de shock transitorio.
—Sí, compa, bien claro—, respondió el Caimán mordiéndose un huevo y la mitad de otro.
No había remedio. El Chacal le palmeó la espalda se marchó dejando un cadáver sobre el suelo, un escolta cagado de miedo y un jefe policíaco roto.
Manuel Aceves es jefe de Información de Luz Noticias zona centro de Sinaloa y es colaborador de TDN Noticias, televisora de Argentina. Ha sido corresponsal de Grupo Radio Fórmula, freelance de RioDoce, periodista televisivo en Meganoticias, trabajó en el periódico Noroeste y ha colaborado en La Pared Noticias, Reporte 18, Radar Sonora, Códice de Baja California, NN Noticias, entre otros, en coberturas de nota roja, temas sociopolíticos, locales, de carácter nacional e internacional.
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