Vivir de la mariguana | Crónica de su siembra en la sierra de Sinaloa

Por Jorge Luis Mendivil

Después de abandonar sus estudios de preparatoria, Rogelio decidió irse de Culiacán a la sierra de Durango para trabajar en la siembra y cosecha de amapola. Aquí nos cuenta algunas vivencias, donde, sobre todo, destaca la violencia que se vive en aquel lugar debido a la persecución de los soldados a los sembradores de amapola y marihuana.

Sin embargo, también narra otras experiencias que tienen que ver específicamente con la vida en aquel lugar. Actualmente, a sus veintitrés años, Rogelio ha retomado sus estudios y se encuentra cursando el primer año de preparatoria.

Conocí a Rogelio desde sus primeros días como estudiante de secundaria. Un año después, ya que pude terminar la primaria, podíamos irnos juntos a la escuela. Tenía fama de tener mal carácter. Con el tiempo supe el porqué de esa reputación aunque eso nunca evitó que fuéramos buenos amigos: supe de sus primeras novias, sus primeras borracheras, sus primeros cigarros. Siempre fue un mal deportista. No obstante, la habilidad que le faltaba para el futbol o el voleibol, le sobraba para el grafiti.

Más de una vez me tocó acompañarlo a “tirar placa” en los muros de Culiacán. De aquella época en la secundaria, Rogelio es el amigo más cercano que he conservado.

 Decides irte a la sierra de Durango a trabajar en la pizca de amapola, ¿en qué momento tomas esta decisión y en qué consistía tu trabajo?

No tenía trabajo aquí (en Culiacán]) y decidí irme para allá y ver cómo estaba la situación, para hacer billetes, pues. Desde hace mucho mi tío ya me había invitado a irme con él a sembrar y a rallar la amapola. Así decidí irme, cuando tenía diecinueve o veinte años. Duré cuatro meses en la sierra. Para empezar, tenía que limpiar un terreno grande, como la mitad de un campo de futbol. Ya limpio el terreno, sin cochinero, agarrabas las semillas (que son como bolitas negras) y las esparcías. Y pues luego había que darle mantenimiento pa´ que creciera bien, pa´ que diera fruto; las semillas salen de la misma planta de amapola, de lo que tú siembras. Una vez que la planta se seca, adentro de la flor brotan esas semillitas. Eso es lo que sembramos. En la marihuana trabajé como dos días, pero no me gustó porque sales muy penetrado del cochinero de ahí. Aunque no la fumes ni nada, el mismo olor de las plantas te penetra y te pones marihuano. Empezaba a trabajar desde las cinco de la mañana hasta las diez. Descansaba como tres horas y a la una de la tarde empezábamos a trabajar otra vez. A las tres ya terminábamos la jornada. Me pagaban trecientos pesos al día, la verdad se me hacía poco por todo lo que tenía que hacer.

¿Cuáles eran los peligros de estar allá?

Los militares. Cuando caían, tenías que esconderte porque si te agarraban en el terreno te ponían a hacer su trabajo, a que tumbaras tus propias plantas. A veces te pegaban. Cuando no, te levantaban para llevarte a su campamento y ahí te tenían hasta que se iban. Te ponen a tumbar todo lo que tienes hecho. A mí no me tocó que me agarraran, pero a un camarada sí. Al morro lo tuvieron ahí como tres días. Lo pusieron a trabajar tumbando pedazos (así les dicen allá a las partes de los sembradíos de amapola). A veces, además de que cortas todo, te pegan. Los guachos van y duran hasta uno o dos meses ahí. Por eso hay días en que no puedes trabajar o tienes que trabajar a escondidas. Mi tío una vez me contó que llegaron los guachos y andaban unos señores por ahí, del mismo rancho; los señores fueron a torear a los guachos y en una de esas uno de los guachos le disparó a la camioneta en la que iban y mató a uno de los morros del carro. Se hizo un desmadre. El vato tenía como unos veinticinco años. Los guachos se salieron de volada. Aparte sacaron al soldado que mató al morro porque lo querían matar. Ahí toda la gente anda armada, con el que te topes siempre va a andar armado.

¿Cómo llegan los militares a la sierra?

En ocasiones llegan en camionetas y una que otra vez llegan en los ‘boludos’, también les llaman ‘rociadores’ porque esos se encargan de rociar todas las plantas pa´ que se sequen. Desde el momento en el que las rocían, tienes como dos días para rallarla y sacarle todo el provecho que se pueda antes de que seque la planta. Es como quematodo lo que le echan. Otros días caen los ‘llantudos’, esos son helicópteros que traen guachos y se te dejan caer en el terreno desde arriba, con sogas. A mí me tocó correr varias veces cuando nos caían. En una ocasión ahí andaba, llegaron los ‘boludos’, pues. Yo andaba en el pedazo y mi tío, por el radio, me dijo que me escondiera. Cuando me dijo, ya habían caído. Sí los miré de cerquita, pero pues hasta ahí nomás.

¿Entonces hay gente que se encarga de avisarles cuando van a llegar los soldados?

Sí, por el radio te avisan desde que van subiendo. Desde que van saliendo del campamento de ellos para rociar, es cuando te avisan. Ya los traen bien checados, pues.

¿Dónde vivías? ¿Cómo era el trato que recibías?

Todo el tiempo me quedé en la casa de mi tío, ahí en la sierra tiene una casa él, con servicio de luz y de agua. Los baños son fosas, hechos por ellos mismos en la tierra. Hay gente que no tiene baño y tiene que ir a hacer al monte. Con lo del trato, como era mi familia me trataban bien, comíamos bien. Había ocasiones en que sí se apretaba la carreta porque no había billete, y pues sí nos la mirábamos duras uno que otro día. A los que van y no tienen familia, hay veces que nos les pagan y los regresan a su casa sin nada. Es que no te pagan al diario, te pagan al final. A mí sí me pagaron completo, pero a algunos no les pagan, los regresan sin nada, así como les ha pasado a tres camaradas.

¿Sí valió la pena haberte ido entonces?

Sí, me regresé con una feria, pagué unas cuentas que tenía y pues aquí andamos. Mira, vas a trabajar, pero también está agusto pa´ allá; el clima, el rancho, está agusto, a mí sí me gustó mucho. Solo que en las noches sí se pone muy frio, yo me tapaba con dos cobertores, aparte del saco y dos pantalones que me ponía. En el día el clima está agusto, chambeas agusto, no como aquí.

El trayecto de la casa donde vivías al lugar donde trabajabas, ¿estaba muy lejos?

Hacíamos como hora y media caminando. De ida íbamos de bajada; ya de regreso estaba lo pesado porque el camino era de subida y veníamos cansados.

¿Regresarías a trabajar ahí?

A trabajar no pero sí de vacaciones, como quién dice, porque sí esta agusto el clima y todo pa´ allá.

¿Hiciste amigos?

No me enredé con la gente de allá, anduve nomás con mi familia. Ahí es una comunidad como de cuarenta, cincuenta casas. Viven familias enteras, gente de todas las edades. Todo el negocio de la sierra es de pura amapola y marihuana. Todas las familias que viven ahí se dedican a trabajar en eso. Algunas mujeres trabajan también rallando la amapola y en la mota. Mi tía trabajaba con nosotros algunas veces. No puedes ir a chambear de albañil ni nada porque pa´ allá no hay de eso, pa´ allá lo único que se usa es la amapola y la marihuana. A trabajar no volvería, pero sí dos tres días a tomarme un cafecito, agusto.

¿Qué aprendiste de todo esto?

Que la gente se va creyendo que va a hacer mucho billete, pero uno tiene que ir con la mentalidad de que no va a hacer dinero, porque si te caen los guachos y te tumban todo no ganas nada y así te quedas, sin nada. Tienes que ir con idea de que no vas a hacer billete, nomás vas a trabajar con la posibilidad de que te tumben y no puedas hacer dinero. Porque si te tumban, ¿de dónde van a sacar pa´ pagarte?

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