Septiembre 30 de 1941. El teatro Carnegie Hall se pone de gala, las luces de la ciudad industrial de Nueva York resplandecen sobre Times Square; los astros celestes padecen al encontrarse reflejados con las estrellas de carne y hueso que albergaba el teatro. De la selva de asfalto salen disparados carros largos y elegantes que despedían el hábitat de la ciudad, alargadas mujeres sirenas de cabellos oxigenados, ojos diamante, vestidos sedosos, collares ceñidos y abrigos de plumas que levantaban sus alas en sus guantes de fieltro, mientras eran sujetadas de los brazos por hombres de trajes negros que parecían ser desde panteras hasta elefantes.
Dos mil ochocientas personas encontraron en el escenario una artista menos pájaro y más serpiente, saliendo como un torbellino de fuego por un lado del escenario: Carmen Amaya hizo su gran debut ante la sociedad estadounidense. Comenzó con El Amor Brujo. Sus pies eran tan rápidos y, a la vez, tan fuertes, que cuando se desplaza por la madera parece que la va levantando. Más que animal Amaya parecía duende, tiene baja estatura, cejas pobladas, nariz aguileña, una cara gruesa de rasgos fuertes, andróginos exaltados por un cabello peinado y un dorado traje de torero. No hubo tiempo para vestidos de lunares ni pañoletas, ni turbantes o castañuelas.
Su origen era flamenco, no cabía duda pero iba más allá del folklore y los estereotipos que creían los norteamericanos sobre ser española. Incluso, de una bailarina de flamenco. A lo largo de su vida fue muy influenciada por la forma nómada de ser una exiliada en pleno franquismo, durante la cual se dio cuenta de que podía llevar su danza a caminos aun no explorados. Un solo show bastó para que hicieran temporadas enteras en los mejores teatros de Estados Unidos por diez años. Amaya se codeo con los grandes: Chaplin, Churchill, Roosevelt, la Reina Isabel, Dostoievski, entre otros que se dejaron seducir por su mirada ardiente y su temperamento de trueno.
Aceptada en una sociedad extranjera, cuando regresaba a tierras españolas tanto era ovacionada como rechazada. Ella misma dijo “Para mí el público más difícil de convencer es España….como en todos lados empleo el alma, pero en España uno se tiene que amarrar los zapatos”, dijo refiriéndose a que cuando bailaba en lugares como Andalucía, donde son muy conservadores con el flamenco, la gente argumentaba que hacía de todo: espectáculo, show, burla, pero no flamenco.
Ella era catalana y había aprendido a bailar por su familia, un antiguo clan gitano que vivió en Barcelona durante su infancia. Hablamos de la mujer que rompió paradigmas en el flamenco, introdujo estilos de danza más contemporáneos en los palos. También implemento el uso del pantalón en las bailaoras. Y pesé a lo que dudaban si era o no flamenco, cuando Carmen Amaya murió era considerada la bailarina mejor pagada de España y la más importante de su género.
Un siglo después, exactamente en el natalicio de la Amaya, el 2 de noviembre del 2018 en las pantallas electrónicas de Times Square salió deslumbrada otra diosa española. Lleva el pelo largo cubriéndole el pecho y los brazos estirados sobre los hombros con una capa blanca; en su vientre una luz se atraviesa, encima de la cabeza una corona de 7 estrellas que, además, sobrevuela una paloma blanca, siendo encerrada por un circulo de oro. El escenario es un cielo y ella nos observa desde arriba entre las nubes donde nos anuncia “ROSALIA; EL MAL QUERER. AVAILABLE NOW”.
Frente de los mismos teatros en los que un día Carmen bailó, se anunció a la nueva súper estrella internacional. Tiene la misma cara de serpiente. Y a pesar de haber finalizado sus estudios universitarios con el título Superior de Flamenco en la Escuela Superior de Música de Cataluña, Rosalía dice que lo que hace no es flamenco, además de que cree que no es necesario ir vestida de flamenca para que sepan lo que ella dice ser: una cantaora que hace pop.
También es innegable decir que su música está influenciada por sus estudios. Prueba de ello es la misma voz de Rosalía que más que canto es “Cante”; su álbum, que también es su tesis para la universidad, lleva consigo una primicia de que es un álbum conceptual, lo que quiere decir que a través de todas las canciones nos cuenta una sola historia: en este caso la de un amor tóxico, como dice ella, que está inspirado en la novela española del siglo XIII “Flamenca”. El autor de la novela la dejó inconclusa y la cantante opta por brindarle una resolución a la trama flamenca: en este final, la protagonista se empodera y libera de toda atadura demostrando ser dueña de su propio destino.
Al ser un álbum conceptual muchos elementos de la historia son contados tanto por los sonidos como por la letra. Hay análisis musicales sobre su álbum en revistas americanas como The Guardian, BBC, Pitchfork, etc, en el ámbito audiovisual existe la interpretación que le hizo el youtuber Jaime Altozano al álbum, e incluso hasta la propia Rosalía le dedicó una serie de “Stories”, explicando cómo fue el proceso de creación.
Ella lo produjo y no estaba bajo la licencia de ninguna disquera hasta finalizarlo. Sony Music lo compró y al año siguiente gana su primer Grammy americano al mejor álbum de rock latino o alternativo.
En la actualidad es un fenómeno internacional, pero una capaz de mantener tanto a la crítica como el público rendido a sus pies. No hay que tomarnos tan a la ligera a las “Star pop” o las “Socialités”: dentro de sus fiestas en antros exclusivos, sus carros de lujos, problemas y escándalos podemos aprender mucho sobre fenómenos sociales de nuestro tiempo. En este caso, Rosalía sabe que la fama trae poder y eso influye en sus millones de seguidores, a los cuales puede hacer que estén de acuerdo con las opiniones de ella, de sus creencias hasta en la política, como ya lo ha hecho cuando subió un tuit “Fuck vox”, causando controversia en las redes sociales al compartir su opinión luego de las elecciones generales en España, en las que el partido de ultraderecha Vox, encabezado por Santiago Abascal, obtuvo 52 escaños.
La cuenta oficial del vox le contestó a Rosalía “Solo los millonarios, con aviones privados como tú, pueden permitirse el lujo de no tener patria”. Aunque les parezca una locura esto se puede llevar incluso a niveles más grandes con personajes como Ariana Grande y Taylor Swift (una es del partido demócrata y la otra, del republicano) que les dicen ya directamente a sus fans por quién sí votar.
Fuera de debates políticos, el debate que más ha rodeado a la artista es el de la apropiación cultural. Esto se refiere a cuando una cultura dominante se apropia de elementos de una minoría y los vuelve suyos sin retribuir o querer pertenecer a esta. Argumentan que es un robo de cultura, básicamente. Sin embargo, no considero que el caso de ella sea apropiación cultural, más bien es un problema del privilegio y la transculturación: solo hay que volver a la historia de su paisana catalana, la Amaya, para darnos cuenta de que sucede lo mismo en la actualidad.
Cuando hablamos de flamenco lo primero que nos viene a la cabeza es España en general, luego veríamos a los gitanos bailando bajo la luna y luego imaginaríamos Andalucía, pero ¿Es el flamenco algo exclusivo de los andaluces? No, tampoco es el lugar de origen del flamenco. Si nos adentramos en su historia podemos encontrar rastros de este baile en culturas del norte de África y la India, lugares donde hay registros de migraciones de tribus gitanas que se dieron después del siglo X. Por eso se puede encontrar flamenco en Rumanía y en cualquier lugar donde haya gitanos.
Aunque también es verdad que es en Andalucía donde existió el boom del flamenco, sobre todo después de la ocupación de los árabes en el siglo XV. Ahí donde los gitanos, árabes e hispanos mezclaron sus culturas es donde se convirtió en un baile de tradición que los pueblos añadían en sus fiestas patronales, ceremonias y rituales. Durante años se consolidó dentro de estas tierras la cultura flamenca, no se había alejado tanto de Andalucía hasta que un joven prometeo gitano, Federico García Lorca, luego de una estancia haciendo poesía en New York, se roba el fuego flamenco y lo convierte en arte, arte para el pueblo, arte que todos pudieran sentirse parte de algo a lo que pudieran llamar su tradición.
Así se volvió popular en su propio país y se expande por todo el mundo. Es justamente cuando el flamenco sale de España que evoluciona, cuando se mezcla se enriquece. En el caso de Rosalía no puede existir un problema de apropiación cultural porque ella, en especial, es parte de esa cultura, donde toda su raíz esta permeada por el flamenco, un fenómeno de la trasculturación de la cultura gitana en España. Limitar su expresión creativa por su lugar de procedencia es casi una censura a la realidad de la calidad que puede representar y a como se mueve actualmente el fenómeno de los géneros en la música.
Fuera de su país es alabada por la crítica extranjera posicionando su música en los tops y charts mainstream, cantando en español en el mercado americano, haciendo música con una influencia de un género folclórico, que, al ser tan referente de un lugar, en este caso como lo es España, es difícil que el público anglosajón conecte con el flamenco. Por eso Rosalía añade pop, trap y llega a jugar con géneros como el reggaetón y la música latina.
Artistas internacionales que hacen esto hay muchos ejemplos como Shakira, Selena o Jennifer López, pero desde que Rosalía ganó la categoría de mejor video latino de los MTV Music Awards, en el 2019 por su canción con el reggaetonero J Balvin Con Altura, se abrió el debate intelectual con los músicos si lo que se premia en esa categoría es el origen étnico del artista o por el género como tal, porque si bien Rosalía no es latina, sí hace música Latina.
Entonces si las cantantes han mezclado géneros cuyas raíces a veces ni siquiera coinciden étnicamente y no se les había señalado de apropiación cultural. ¿Por qué a Rosalía sí? El debate de sí es o no apropiación cultural inició meses antes del estreno de su álbum, a mediados de mayo del 2018 saca la canción de Malamente, y la lleva a la fama inmediata en su país. Cuando vende el material a la disquera Sony Music, deja de ser Rosalia Vila Tobella una joven promesa del flamenco indie a ser esta súper producción monstruosa que le apodamos “La Rosalía” que saca líneas de ropa con colosales como Inditex Group, tiene juntas de negocios con Tim Cook, Ceo de Apple y se va de margaritas con su mejor amiga Kylie Jenner, la menor de las Kardashian y considerada la empresaria menor de 30 años más rica del mundo.
Nosotros en Latinoamérica no lo percibimos igual que como lo que pasó en España. Esta “Rosalíamania” llegó a nuestro continente hasta lanzar Con Altura, mucho después del fenómeno que causo en España, en cambio ahí, la comercialización de este colosal naciente fue incluso más agresiva: se podía ver a la cantante en todas las galas de su país, la contrataban para festivales, entrevistas, líneas de moda y así el público español de un día a otro se infestó de su cara.
La prensa rosa la consideraba la nueva estrella del flamenco comparándola con Camarón de la Isla, la nueva Lola Flores, la Carmen Amaya del siglo XXI. Este amarillismo en la farándula fue lo que causó que los andaluces se molestaran y comenzaran a criticarla diciendo que imitaba su acento, se robaba sus simbolismos y como le habían dicho a Carmen, lo que hacía era todo: espectáculo, show, burla, pero no flamenco. Y así la historia se volvió a repetir.
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Dheyna Brito. Actualmente estudia la carrera en Educación Artística en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Centennial nihilista, todologa del basto mundo del Internet, literata de medio tiempo y provocadora Full-Time.
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