Por Sergio Ceyca
En algún momento La heredera, el primer tomo de la saga juvenil “Vâudïz”, estuvo disponible en los supermercados Ley de Culiacán. Primero, seguro, estuvo entre las novedades y luego pasó al estante hasta que, eventualmente, desapareció en su totalidad cuando la cadena eliminó la sección de libros.
La autora de ese libro era Andrea Chapela (Ciudad de México, 1990), quien el año pasado ganó el Premio Nacional de Ensayo Joven José Luis Martínez -el cuál es convocado por la Secretaría de Cultura del Gobierno de Jalisco y el Programa Cultural Tierra Adentro- con el ensayo lírico Grados de Miopía. En La Pared Noticias nos acercamos a hablar sobre su trayectoria y sobre la escritura de éste.
Chapela estudió química en la Universidad Nacional Autónoma de México y un máster of fine arts en escritura creativa en español en la Universidad de Iowa. Fue becaria del Fonca en el Programa Jóvenes Creadores y del Ayuntamiento de Madrid en la Residencia de Estudiantes. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2018 de cuento y el Premio Nacional Juan José Arreola 2019.
La Pared Noticias: Para empezar, queda claro que Grados de miopía es un libro muy personal. En el explicas que tus padres, por ejemplo, son científicos y que, por ende, el conocimiento de ciertas áreas te ha rodeado. ¿Cómo fue crecer con estos conocimientos a la mano?
Andrea Chapela: En realidad, como todo lo que uno hace cuando a esa edad se sintió muy natural. Fue después que me di cuenta que no era tan normal. Tengo muchos recuerdos de saber cosas que otros me decían que no debía conocer en ese momento, como la existencia de los números negativos cuando aprendí a sumar y a restar, aprender a hacer matrices cuando estaba en secundaria. Lo que si es que muy pronto dejó de gustarme que mis padres me ayudaran con mi tarea porque siempre querían enseñarme de más, o querían hacer algún otro ejercicio que no me tocaba. En definitiva, me dejó una manera de pensar particular, la cual tenía que ver con la curiosidad y el desmenuzar lo que me rodeaba.
Para continuar. ¿En qué momento llega la literatura? ¿Ya estaba ahí?
En mi casa siempre ha habido libros. Supongo que, en ese aspecto, más que una casa de científicos era una casa de académicos y profesores universitarios, sobre todo por mi madre, a quien le gusta mucho la literatura y lee mucho; fue una cosa que también compartió con mi abuela. Desde el principio, ellos dos intentaron que mi hermana y yo leyéramos; recuerdo que nos llevaban a la Librería Gandhi y nos decían que eligiéramos todos los libros que quisiéramos; y eso pasó, muy rápido, a que eligiéramos un solo libro. Además, en mi casa hay una biblioteca muy grande y también tenía acceso a los libros que quisiera de ella. Mi madre nos leía, también, sobre todo cuando salíamos de viaje; compraba los libros en inglés y al tiempo que iba leyendo, nos lo traducía al español. De esa forma nos leyó Anna la de tejas verdes y Harry Potter, que fue, muy probablemente, el primer libro con el que empecé a leer y a escribir. Aunque sé que actualmente J.K. Rowling ha caído de la gracia para todos, más allá de la autora para mí sigue siendo una saga de libros muy importante; a través de ésta decidí leer yo sola, primero en español y luego en inglés, y con eso también empecé a escribir porque descubrí los fan fics en internet, e hice algunos de Harry Potter. Esto fue a los doce años, en el último año de primaria.
Regresando más a tu trayectoria. ¿Cómo empezaste a escribir? Sé que empezaste muy chica y que, de hecho, tus primeros libros los publicaste todavía en tu adolescencia. Se me hizo muy curioso, por un lado, porque esos libros llegaban a los supermercados de Sinaloa; y por otro porque siempre están las presiones de la familia de que publiques algo, que seas un autor joven. ¿Cómo fue toda esta experiencia?
Como acabo de decir, empecé escribiendo fan fics. Para mí es importante recalcarlo, ya que nunca fui a un taller literario: escribirlos, de una u otra forma, suplantó esa experiencia. Eso duró algunos años. Los publicaba en internet. A los quince, en secundaria, mi mejor amigo me retó a escribir una idea propia e inicié una serie de fantasía, el género que más leía. Así que escribí el primer borrador en el verano entre mi segundo y tercer año de secundaria: esa fue una experiencia que he tratado de replicar con muchos de mis libros, que en el momento no lució especial pero a la larga aprecié: la de escribir y no poder parar y estar haciéndolo dos meses, y que al final del verano tuviera un libro. Mucho de eso fue porque estaba escribiendo para mis amigos, entonces yo sentía que tenía a alguien esperando. Se sintió muy colaborativo. Así salió la primera parte de “Vâudïz”, que se llama La heredera. La publicación llegó por razones poco ortodoxas: en una fiesta familiar conocí al amigo de unos tíos cuyo hijo era muy amigo del director de Urano México, y que justo se dio la casualidad de que le dije que había escrito un libro (se lo decía y se lo daba a leer a todo mundo), y de alguna manera sucedió que en ese momento Urano México había obtenido permiso de Urano España para buscar autores jóvenes que estuvieran escribiendo para un público de su edad; esto era, claro, cuando Harry Potter estaba por terminar y todas las editoriales buscaban por donde podía continuar el boom. Entonces, mis tíos le mandaron el libro a su amigo. Y así comenzó la historia. Me dijeron que no dos veces, al final que sí. Hubo mucha edición de por medio porque el libro era un borrador de una chica de quince años al final de su primer año de preparatoria. Quisieron que firmara un contrato por los cuatro libros de la serie, y yo sólo tenía el primero y había iniciado el segundo. Lo firmé y el libro de publicó a finales de 2008 y el último, a finales de 2015; entregué el último justo en la primera semana de mi maestría. Se sintió como terminar una etapa de mi escritura: pasé cerca de diez años inmensa en ese mundo. Esa fue mi primera gran experiencia de escritura, que al mismo tiempo fue de publicación; luego me fui a Iowa y yo siempre había sentido, como más aprendía y leía, que necesitaba mucho oficio y que me faltaba sentarme y tomarme las cosas más enserio. Sobre todo porque durante los diez años que escribí “Vâudïz” se sentía que era mi hobbie, tanto así que estudié química en la UNAM. Irme a la maestría, entonces, fue darme la oportunidad de tomármelo en serio, decidir si quería ser escritora y la respuesta fue Grados de miopía y los otros libros que han estado saliendo.
¿Cómo fue la respuesta de los lectores a la saga? ¿Cómo fue tu experiencia con el mundo editorial?
Cuando se publicó el segundo libro y se estaba decidiendo si juntaban el tercero y el cuarto, que es lo que ocurrió eventualmente, la editorial me dijo que aunque el libro no era un betseller se vendía de manera constante; a lo que yo siempre entendí que se referían era a que cada tanto tiempo se pedían un par de ejemplares. Fue un libro, en definitiva, que encontró lectores. Mi madre solía decirme que no eran muchos, pero que eran muy fieles, y yo creo que eso aplica para todos los lectores de literatura juvenil. Cuando salió el último y fui a la Feria de Guadalajara, tuve un salón mediano lleno de gente: firmé libros durante una hora, me llevaran dibujos. El libro se publicó no sólo en nuestro país sino también en España y en varios países de Latinoamérica, en realidad, y hace poco, a principios de año, me escribió una chica colombiana para decirme que era su libro favorito cuando era chica, y que decidió estudiar literatura por su lectura y que ahora estaba en la Universidad en Bogotá, y uno de los pocos libros que se llevó de su casa era La heredera. Valorando, no sé cuántos libros se habrán vendido, pero siempre he tenido lectores, gente que me ha escrito a lo largo de diez años, que fueron muy fieles y han sido muy buenos. Hasta hay una chica que hace cosplay de los personajes y en una ocasión llegó a una presentación vestida como un personaje.
Me da la impresión de que Grados de miopía –creo que es lo que más me gustó de él– es este trata este asunto de cómo una persona se aleja de su hogar y en ese proceso redescubre al mundo. En el caso de este libro, tú como autora lo realizas a través de tres filtros: el cristal, el espejo y finalmente la luz, que parece ser el eje central del libro. Al principio, en el prólogo, mencionas una conversación dónde se habló sobre ciencia y arte: ¿es así como surge el libro o tiene que ver, más bien, con notas que fuiste tomando en base a tu viaje a Madrid?
Para empezar, es el segundo libro que escribo dentro de esta idea de intentar juntar arte y ciencia. El primero fue mi tesis de maestría. Hace años salí de México para estudiar la maestría en escritura creativa en Iowa, que es en español, y decidí hacer un libro de poesía porque nunca la había escrito. El libro no está publicado, hay algunos poemas aquí y allá, y se llama Fundamentos de química aplicada; y fue durante la maestría en que encontré esta beta de escribir poemas de amor y desamor utilizando el lenguaje científico, lo cual era muy divertido. El que fue mi asesor allá, Luis Muñoz, siempre me ha echado muchas porras y me enseñó a armar un libro de poesía; como él había trabajado durante mucho tiempo en la Residencia de Estudiantes de Madrid, me dijo que ahí gustaban mucho los proyectos híbridos, estos lugares donde la gente tenía varias carreras o varias vidas, y me sugirió que debería pensar en un segundo libro que continuara esta búsqueda para pedir una beca del Ayuntamiento. Me senté a ver qué quería hacer. En ese momento estaba leyendo mucho ensayo lírico: a Maggie Nelsson y a otras autoras, sobre todo norteamericanas, y me interesaba mucho esta forma del ensayo que se nutría a través de prosa poética. Y tomando un curso le dije a alguno de mis compañeros esta idea de que el vidrio no es sólido ni líquido, y traté de explicárselos, y mi compañero, que era poeta, me dijo que era una idea hermosa. En ese momento entendí que yo continuaba viendo la ciencia como ciencia, y que era me era muy difícil verla como lenguaje y como poesía; entonces, ahí mismo, decidí que mi tema sería el vidro y la luz y los ojos, y le di la forma del ensayo poético, que me estaba intrigando tanto, y me di a la tarea de buscar estos lugares donde no esté mirando ya a la ciencia como alguien que la estudia, y que quiso ser científica, sino como escritora. ¿Y cómo hice eso? Mucho fue preguntarme qué es la belleza en lo científico, que es una pregunta que se hace el arte (¿Dónde está la belleza?). La conversación con la que empieza el libro pasó bastante después pero se sentía parte del tema, que tiene que ver con lo que mencionas: alejarse de donde uno viene, buscar extrañamientos y distancia que casi siempre te permite ver las cosas desde otro lugar. Eso hicieron los años que pasé fuera: me permitieron ver la escritura y mi país desde otros ángulos. No desechar que crecí en una casa de científicos sino intentar entender cómo eso formaba parte de mi escritura.
El primer apartado se llama ‘El acto de ver. Objeto de estudio: ventana’. Se me hace muy curioso que separes este apartado en fragmentos numerados, como si fueran aforismos, y en realidad el resto del libro jamás retoma esa técnica. Lo digo en cuanto a que pensaría un ensayo como un texto consecutivo que raramente se fragmenta o se fragmenta para cambiar de ángulo; pero aquí parecería apelarse por la idea de Roberto Juarroz de que el pensamiento es fragmentario. ¿Nacen los textos de inicio o posteriormente encuentras esta forma fragmentaria?
Quería escribir en fragmento. Creo que una de las cosas que pasa en el ensayo lírico es que mucho de ello es fragmentario, porque tiene relación con el lenguaje poético. De hecho, cada uno de las partes del libro tiene una base, surge como una especie de imitación de un ensayo en específico. El primero, que está numerado, sale de Bluets, de Maggie Nelson, aunque ahí ella lo utiliza más como un tratado filosófico. A mí también me interesaba este asunto de la numeración, no tanto por el asunto de los aforismos, porque se lee como un texto completo, sino más bien por el hecho de la organización y del conocimiento, que también me lleva a los pasos. Lo que sucedía era que yo pasaba un mes haciendo la investigación, leyendo sobre el tema, pero también viendo libros de este estilo, buscando una forma de que cumplieran lo que yo quería. El segundo ensayo está basado en Book of mutter, de Kate Zambreno, y el tercero es más un ensayo sin numeral, más convencional, sólo separado por asteriscos. Por un lado, me gustaba sentir las distintas formas, también creo que cada uno de los objetos me pedía una distinta medida de fragmentación, dependiendo de qué era el ensayo. La fragmentación me obligaba a hacer un trabajo que no había hecho sobre la palabra, de estructurar frase por frase; yo siempre había escrito mucho más largo y quería la experiencia de enfocarme en una palabra, en una frase, en un párrafo. Además, lo fragmentario te permite hacer este tipo de trenzas y de vaivenes entre los datos científicos, los datos personales, las anécdotas, y esto va creando una atmosfera que permite que el pensamiento no sea lineal. Realmente quería crear tres ensayos tratando de imitar como podría ir pensando yo las cosas. Este es un libro donde tenía que explicarme cómo pienso, las cosas que yo imagino, las fuentes que he leído, las imágenes que tengo, los experimentos que he hecho. Todo eso ilustra las cosas con las que me iba obsesionando. Siento que todos los libros que he escrito desde que fui a Iowa han sido una especie de ejercicios, lo que me hace pensar que los últimos cinco o seis años de mi vida como escritora han sido ponerme retos que quiero intentar para, de alguna manera, practicar el pulso literario; y, en el camino, de todos estos ejercicios voy encontrando cosas que me emocionan, y crean un balance.
¿Qué otros libros te acompañaron durante la escritura? Y, otro lado, ¿nunca pensaste que pudiera parecer un texto de divulgación científica? A veces podría asemejarse un poco.
Al final la intención del libro era tener un texto más literario, aunque yo siento que también es divulgativo. Supongo que todo depende de nuestra definición de divulgación. Grados de miopía tiene menos datos duros de lo que se necesitaría, al final la divulgación es sobre la belleza científica y los lugares donde el arte y la ciencia se tocan. Es un tipo de divulgación que estoy intentando hacer ahora en un sitio de periodismo científico llamado Vaso cósmico. Lo que creo es que a lo mejor me ha dado por escribir un tipo de divulgación que no es tan común; todos los datos que están en el libro son reales y en ningún momento cuento cosas que no son: lo que pasa es que el lenguaje y lo personal van por encima. Creo que, en la divulgación clásica, sería el dato duro el que tendría más peso. Y sobre los libros: al final hay una lista de libros y artículos que me ayudaron. Para cada tema había libros científicos y de divulgación: leí a Linus Pauling, leí un libro del Fondo de Cultura llamado Líquidos exóticos, entonces hay muchos libros de verdadera divulgación; uno que fue muy importante cuando la luz, que me parece maravilloso y que tiene muchas anécdotas y es mucho más extenso, es Light: a radiant history from creation to the Quantum Age, de Bruce Watson; también leí a Feynmann, que tiene muchos libros de divulgación y que escribe ciencia de manera muy cercana. En el proceso de Grados de miopía pasaba que duraba dos meses leyendo y luego uno escribiendo, y tenía ya todas las citas y todo lo que quería seleccionado, y luego me dedicaba a escribir. Y, de hecho, a partir de que terminé el libro, he visto lo que se hace en México con este género del ensayo lírico: he encontrado a Jazmina Barrera, con Cuaderno de Faros, o a Isabel Zapata con Alberca vacía, la misma Margo Glantz, y descubrí que era una forma que no hubiera tenido que buscar en el extranjero, con la que me siento muy en comunicación y que continúo explorando.
Ahora tienes la beca de jóvenes creadores del Fonca, ¿qué es lo que estás escribiendo ahí?, ¿qué planes tienes a futuro?
El año pasado escribí una novela nada más volver a México, que en la que he metido todas las cosas que he estado intentando últimamente. Es una novela de ciencia ficción aunque también se mueve entre el ensayo y lo autobiográfico y lo autoficcional: es un intento de combinar todas estas formas que me han interesado en los últimos años y ver si puedo, de alguna manera, lograr que convivan juntas. Es una novela sobre un fin del mundo medio ambiental, situada en Madrid y en México, con un triángulo amoroso, donde me pregunto la diferencia entre el amor y la amistad. La estuve corrigiendo últimamente y ando viendo dónde la coloco. Otro libro en el que estoy trabajando es el que obtuvo la beca de Jóvenes Creadores del Fonca, que es sobre mi bisabuelo, de autoficción, y a lo mejor es la cosa más realista que he hecho, hablando de narrativa pura y dura. Ese título siento que concluye, un poco, mi búsqueda de escribir desde el yo. “Vâudïz” fueron unas novelas de aventuras en tercera persona, de fantasía, separadas de mí misma, y ahora he estado pasando a estos espacios más confesionales, y por eso este es el libro donde reflexiono sobre el asunto de ser escritor, de vivir en familia, así que es mi libro donde la narradora es más cercana a la autora. A veces lo pienso como conclusión de estas ideas. Ese es mi trabajo de este año que tengo que terminar para noviembre. El futuro espero que siga lleno de cosas de escritura. Cuando terminé “Vâudïz” muchas veces dije que no sabía si existían más libros dentro de mí, y ahora me doy cuenta de que cada libro me lanza en una nueva dirección: hay cosas que quisiera revisitar, me gustaría volver a escribir juvenil con nuevas ideas ya que fue el género que más natural había sentido. Se siente bien hacerlo. Siento que todas las herramientas que practiqué en esos años están dando frutos. Y un poco volví a México, en su momento, para intentar existir en el ecosistema literario de este país y ver cómo es, qué se está haciendo, y aunque la pandemia está poniendo un poco en stop a eso, continuo intentando conectar con escritores. Ahora estoy intentando responder a la pregunta de qué significa para mi ser una escritora mexicana, escribiendo desde mi país.
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