Por Édgar García Colin
El presidente Andrés Manuel López Obrador, en el sentido más huérfano de la palabra, gobierna solo. Por decir lo menos, esto es una falla grave para un gobierno que se propone un cambio estructural en el contrato social y en las relaciones fundamentales entre gobernantes y gobernados, entre las instituciones y el pueblo.
AMLO carece de “pesos pesados” en el gabinete y en ambas cámaras de gobierno y, por lo tanto, no recibe ayuda; en términos llanos está dando la cara por todos y en todo.
Por ejemplo, la secretaria de gobernación, Olga Sánchez Cordero, lejos de tomar los hilos de la política interior del país, se dedica a repetir conceptos harto desgastados ya en el discurso diario de AMLO. No aporta nada y, por el contrario, se exhibe de cuerpo completo avalando un acto de sobreejercicio de poder en el caso “Bonilla” en Baja California. Los estados se están desgastando por la escasez de recursos federales para apoyar a los sectores productivos y la secretaria Cordero brilla por su ausencia en todos lados.
El caso del secretario de seguridad Alfonso Durazo es aún peor. Como se sabe, el terrible flagelo de la violencia, lejos de disminuir o controlarse, ha perdido toda proporción y el secretario es incapaz de actuar hasta en lo elemental, como es el manejo de las ya frecuentes crisis por hechos de violencia extrema. El caso Culiacán y ahora lo sucedido en la sierra de Sonora y Chihuahua con la comunidad menonita retratan a un secretario sin oficio y torpe. Desde su fracaso en la detención de Ovidio Guzmán debió haber renunciado al cargo y no seguir esperando a que su nula reacción ante las contingencias le coloquen en el cuerpo del gobierno Federal como un apéndice inútil.
Por su parte, el secretario de relaciones exteriores digamos que es el único del contingente que ha tenido un trabajo aceptable, sobre todo en el tema Trump. Sin embargo y siendo realistas, la política exterior, ahora mismo, es el menor de los problemas del país.
Y así, cada uno de los demás secretarios han pasado de noche en sus funciones, cuando claramente el reclamo social está subiendo de tono de manera peligrosa.
En el caso de las cámaras de senadores y diputados, es lo mismo. Estas no han dado la cara en las crisis que se le han presentado recientemente. Es verdad que han sacado adelante leyes muy importantes en esta nueva plataforma de gobierno, sin embargo, como instituciones de estado y como representantes del pueblo, han escondido la cara y evadido su responsabilidad ante las contingencias que se han presentado. No citaron a declarar por ejemplo al gobernador Omar Fayad en el caso de la explosión en Tlahuelilpan, en el estado de Hidalgo, o al gobernador Quirino Ordaz Coppel por su inacción cuando recientemente sucedió el “jueves negro” en la ciudad de Culiacán.
Lo mismo ocurre con los distintos organos poder judicial. Acostumbrados a no hacer mucho, le han dejado toda la responsabilidad al presidente López Obrador, quien por cierto tampoco ha sabido coordinarse con los susodichos poderes.
El problema real para López Obrador no son siquiera las zancadillas que a diario le quieren dar sus opositores. El asunto es que ahora los ciudadanos tienen la piel más delgada que antes y no van a estar dispuestos a tolerar por demasiado tiempo la incapacidad del gobierno por un lado y – me atrevo a decir- la opresión de la delincuencia organizada por el otro. Nunca hay que olvidar que el pueblo de México es aguantador y resistente, pero cuando la situación le colma, estalla con la energía de una fisión nuclear.
Y, por cierto, que ni se le ocurra a Donald Trump querer cruzar la frontera, porque alguien le debe decir que ahorita, “no está el comal pa bollos”.
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