Matar a un periodista

¿Qué tan caro le sale al gobierno la muerte de un periodista en Sinaloa?

Aquella mañana la lluvia lo puso de mal humor. Sorteando la pequeña borrasca, Humberto Millán salió de su casa en la camioneta Tahoe color blanca, y se despidió de su mujer como siempre. Y como siempre se dirigió a la oficina del diario digital A Discusión de la colonia Canaco, y como siempre su hermano que anda en muletas lo acompañó.

Las crónicas de hace dos años cuentan una y otra vez la escena: los hombres armados que rodearon el vehículo del periodista veterano por una calle cercana a la oficina, la valentía del reportero al pedirle a los esbirros que respetaran la vida de su carnal y el coraje de soportar ser levantado sin saber el motivo. Sólo te suben, te amagan, te golpean, te apuntan y te matan.

Tu cuerpo aparece al día siguiente en un terreno de cultivo o en un baldío al norte de la ciudad. Y punto. Ningún responsable. Nada. Un expediente que se acumula y se llena de fojas y declaraciones y periciales que conducen al callejón sin salida. Nada. Tinta y papel. Esquelas en los diarios y lágrimas en los templos.

¿Por qué sale barato matar a un periodista? ¿Por qué a dos años del crimen de Humberto Millán las autoridades no han dado con los responsables? ¿Por qué matar a un reportero es más bien un horrendo trámite burocrático para la Procuraduría y una molestia cada que le preguntan al gobernante en turno?

Humberto. La época del experimentado reportero.
Humberto. La época del experimentado reportero.

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Conocí a Humberto Millán en una de las atropelladas conferencias del Partido Acción Nacional, en la sala ubicada por Ramón Carrasco, en el Centro de la ciudad, en la época en que Malova renunciaba al PRI para obtener la gobernatura. Era, como se suele decir, un golpeador nato; bueno con la diestra y la siniestra en el intercambio de golpes. Sabía enojarse y reírse. Algo tenía de histrión. Incluso llegué a pensar que ensayaba con Fracisco Solano Urías aquellas escenas bárbaras, de franca discusión por defender argumentos, por hacer molestar al panista hasta que, por obra del sarcasmo certero, aflojaba poco a poco la nota.

-Ya cayó el ingeniero, era lo que buscaba Humberto, hacerlo enojar para que le diera nota -dijo en voz baja en una ocasión un jefe de prensa.

Casi siempre la técnica era infalible. Al final, como buenos boxeadores, Humberto iba y saludaba con cordialidad a Solano Urías, que también casi siempre quedaba tendido en la lona. Ese fue el Humberto que conocí: rasposo pero amable, coqueto con las mujeres y deferente con sus colegas.

Ya más tarde, mientras en el estado se disputaba una elección histórica, comencé a intercambiar opiniones con el veterano periodista.

Pocas veces estuve de acuerdo con él, y él conmigo, pero respetaba severamente sus puntos. Yo de política, siempre lo he admitido, no sé más que los chismes de los corrillos y los cafés y las cantinas.

Por ejemplo, Humberto Millán de algún modo defendió y justificó el ascenso de Jesús Antonio Aguilar Íñiguez, “Chuytoño”, como jefe de la policía ministerial. Yo estaba en contra. Él tildaba de incompetentes a los administradores del gobierno de Malova. Yo también estaba de acuerdo. Humberto nunca dejó de llamar “La Flor Más Bella del Ejido” a Héctor Melesio Cuen Ojeda, el ex rector ahora diputado electo… Y yo por mi parte huía a las informalidades del periodismo de comentario. Nunca podría poner un sobrenombre a un político, por más mal que me cayera.

En cambio Humberto adoptó una manera particular de hacer periodismo. Pendejeaba al que consideraba pendejo, y defendía al que desde su visión lo merecía. Leía su columna no por el estilo que manejaba, que en realidad me parecía tosco, sino por los madrazos que solía soltar. Era desgarrador. Incluso hasta molesto, y pensaba para mí mismo que algunas cosas no eran periodismo. Sin embargo, me parecía necesario y festejaba que alguien lo dijera con esas palabras y sin cortapizas. Sólo Humberto, el artífice.

Semanario. Primera edición de A Discusión, en abril de 1996.
Semanario. Primera edición de A Discusión, en abril de 1996.

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Sin saberlo, o tal vez sin ser demasiado consciente, empujado por la necesidad, Humberto Millán Salazar fue impulsor del periodismo digital en Sinaloa, ciertamente más libre y menos tradicional que el que todavía se fragua en las redacción de los diarios impresos, que se tienen que adaptar al espacio y al formato.

Entrado ya en su etapa final, el gobierno de Jesús Aguilar Padilla provocó que le cancelaran la impresión del semanario A Discusión, el cual fundó con un grupo de periodistas y salió a la circulación el 16 de abril de 1996. Ni imprenta ni papel para Millán.

Entonces casi de inmediato lanzó el diario digital, que poco a poco comenzó a ganar terreno en la audiencia, al grado de convertirse en una referencia insoslayable para muchos.

Desde el portal de internet, el periodista buscó las formas de llegar a más audiencias, pues aun las redes sociales no ahorraban el trabajo que ahora hacen. Más de 20 mil correos electrónicos recibían todos los días las novedades del sitio web, patentando la frase que solía repetir ante las funestas formas del poder:

-Usted será gobernador seis años. En cambio yo seré periodista toda la vida…

Cuando traté a Humberto, en los trajines de la prensa culichi, le escuché varias veces hablar de sus más de tres décadas como periodista, y por más cercano que estuviera de ciertos poderosos, no abandonaba su lugar como reportero.

Porque ante todo, Humberto era un periodista que vivía compenetrado con la política. Poco se le escapaba. Era su obsesión y su vida. La respiraba. Desde muy temprano andaba levantado revisando los diarios locales y nacionales. Rastreaba y olfateaba información de interés.

En cuestión de diario digital, no conozco a otro que empujara con tal ánimo el oficio desde una tribuna que para mediados del sexenio de Jesús Aguilar apenas estaba en ciernes en el estado.

Actualmente su hijo César Millán Lafarga continúa con este proyecto de periodismo digital.

Entrevista. Humberto y Luis Donaldo Colosio
Entrevista. Humberto y Luis Donaldo Colosio

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Tal vez por eso, por ser un periodista puntilloso y adverso para algunos, Humberto fue mandado levantar la mañana del 24 del 2011, cuando el gobierno de Malova tenía ocho meses en el poder. Los hilos de la administración todavía no estaban sujetos aún, pero ya Mario López Valdez sufría de una crisis adelantada de violencia que manchó su gobierno.

Primero fue el asesinato de uno de sus principales operadores políticos, Luis Pérez Hernández, levantado y ejecutado siete meses atrás.

Luego sobrevino el crimen contra su amiga Olivia Alonso… Y enseguida otro, otro y otro.

Como Humberto no manejaba en su estilo situaciones o temas del narcotráfico, la línea que surgió como sospecha en la opinión pública fue la política. El asesinato político como una forma de acallar al periodista.

Por el despacho del procurador Marco Antonio Higuera desfilaron algunos políticos con los que históricamente Humberto tuvo confrontaciones. Ahí estuvo Gerardo Vargas Landeros, secretario general de Gobierno, a quien Millán “golpeó” como un operador novato.

Enseguida acudió Héctor Melesio Cuen Ojeda, entonces alcalde de Culiacán, con quien de verdad tuvo varios desencuentros públicos, desde que Humberto fue exiliado de Radio UAS.

Y lo mismo fueron Jesús Aguilar Padilla, ya ex gobernador, y el ex candidato a la gubernatura Jesús Vizcarra Calderón.

Sin embargo, la Procuraduría no avanzó en apariencia por el lado político, sino por el personal y familiar.

De pronto la principal línea esgrimida por la fiscalía estatal fue uno de los hijos del periodista. Según las testimoniales que engrosan el expediente Humberto Millán, dadas a conocer a la familia en el primer aniversario, el ministerio público seguía la pista e una supuesta llamada que recibió Millán semanas antes de su muerte. Le querían cobrar la deuda de uno de sus hijos.

De pronto, también, toda sospecha contra algún político fue borrada de un plumazo, a pesar de que el expediente no contenía una escena de relevancia.

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La escena ocurrió un mes o mes y medio antes del crimen. Reunidos en la oficina del diario digital con su equipo, hasta ahí arribó un emisario con un mensaje.

Había gente que deseaba que ya no hablara del familiar de un político, emparentado con miembros prominentes del narco en Sinaloa.

En apariencia, según cuentan quien estuvo presente, Humberto entendió el mensaje. Dejó de hablar del asunto.

Sin embargo, esta escena, hasta donde se sabe, no va incluida en la averiguación previa.

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Ignoro cuánto cambió la forma de hacer periodismo tras su muerte. De repente, una mañana, el gremio de periodistas en Culiacán se vio sometido al crudo testimonio de un homicidio que le llegaba como algo anunciado.

Desde que inició la narcoguerra en el estado, en abril del 2008, la forma de reportear en Sinaloa se transformó, y creo que ya se esperaba que alguien, tarde o temprano, cayera víctima de la violencia.

Nunca pensamos que las baterías mortales apuntaran desde los flancos de la política. Si bien Humberto no parecía tener muchos amigos en el gremio, era una voz necesaria, acaso porque era una arista que rompía el rombo y daba buenos puñetazos a la cara.

Desde su muerte, muchas cosas se han especulado. Otras historias más han circulado de manera soterrada.

Lo que sí, es que cada vez que se le pregunta a Malova sobre la impunidad que cerca al caso, lo ve como una agresión, y evade, evade, evade, hasta convertir su gobierno –autócrata, como lo definió el PAN hace poco- en una proverbial entelequia, sin rasgos de justicia o algo que suene a justicia.

Martín Durán/La Pared

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