Crónicas del planeta de los simios

“Andas meando afuera de la bacinica”

Mayo del 2007. Buscaba que un narco patrocinara la exposición, pero no hubo uno que dijera ‘yo’. No lo buscó—aclaraba en aquel entonces—pero si de pronto hubiera aparecido, no lo habría rechazado.

Quizá la inversión se podría haber convertido en una ventana para asomarse a una serie de piezas e instalaciones donde al final de cuentas, con apoyo de instituciones culturales, quedó plasmada la deshumanización, la violencia y el poder otorgado al dinero que tienen atrapada a la sociedad mexicana. En la primavera de aquel año, Rosa María Robles, la escultora y pintora nacida en Culiacán, arrojó una docena de cobijas apestosas a sangre humana —que fueron utilizadas para envolver cadáveres asesinados a tiros y que la policía recogió y después desechó— como una alfombra a las puertas del Museo de Arte de Sinaloa. Era el primer acto del “Proyecto Navajas”, una muestra que desde que el espectador comenzaba a recorrerla, la mirada se topaba con las manchas oscuras y el olfato reaccionaba ante el fuerte olor fétido impregnado en los cobertores colocados en el piso. Era el primer paso para buscar hacer reflexionar al asistente sobre la “creciente Narco-Cultura” que terminó por imponerse en el terreno por encima de todo lo demás, estableciendo códigos de poder en todos los ámbitos de la sociedad, no solo entre la sinaloense, sino en México y varias regiones de América Latina y el mundo.

 ¿Para qué sirve una cobija en una ciudad donde la temperatura promedio al año no baja de los 30 grados?

 Curioso, que en una ciudad como Culiacán, el invierno no amerite dormir con cobijas como en la sierra. Sin embargo, la venta de cobertores llegó a tener temporadas muy buenas para los comerciantes de la capital sinaloense. Hubo un tiempo en que la cobija dio pie a los “encobijados”, y en la procuraduría de justicia, en el área de investigación pericial, no había espacio para albergar tantas piezas con que se encontraban envueltos los cadáveres de personas abatidas a tiros. Se necesitaría una bodega muy grande para guardar tanta cobija que salía cada mes. “Una vez que hacen las investigaciones, las queman o las tiran”, decía Robles. La artista recordaba que se acercó al basurero de la dependencia donde las desechaban, de ahí las tomó y con ellas realizó la primera de las instalaciones con las que armó la exposición. A esa instalación la llamó “Alfombra Roja”, la cual dio pie a una crónica ensayo del escritor Juan Villoro, quien ganó con ese texto el premio Rey de España de periodismo en 2010.

Robles decía que se trataba de jugar con el público, no engañarlo. El asistente, al llegar a la puerta del museo, un antiguo palacete de dos niveles, con patio central construido el siglo pasado en el centro de Culiacán, comenzaba a caminar sobre las cobijas desde la banqueta. La envoltura en cobijas de los muertos a tiros, en principio, se hacía para no ensuciar el vehículo donde los trasladaban para deshacerse de ellos. Era el signo que envolvía la vendetta. El público entraba caminando sobre las cobijas y subía por las escaleras del museo, iba avanzando en medio de los olores y las machas, y una vez que llegaban al primer piso, se topaban de frente con un espejo de cuerpo entero. En ese momento, la pieza eran ellos mismos cuando se veían reflejados en el espejo y se percataban de la mierda donde estaban parados. El espectador no salía de su azoro al observar fragmentos de cinta canela todavía pegados a las cobijas por donde caminaron.

Rosy Robles es una mujer alta de cabello oscuro rizado que ronda los 50 años de edad. Es una de las artistas mexicanas más reconocidas en Europa y Estados Unidos. En aquel 2007, recordaba que “Navajas” se iba a presentar meses atrás en el centro cultural X Teresa Arte Actual de la ciudad de México, pero la exposición no se concretó. Fue la ganadora de la primera Bienal de Monterrey en arte contemporáneo en 1992 —se dio a conocer como la escultora de los troncos—y a partir de 1994 comenzó su cambio de propuestas, después de una estancia en Barcelona, España. A su regreso a México, empezó a usar más la instalación, que era como surgió “Proyecto Navajas”, donde se usaban materiales de desecho, de uso cotidiano. Era una propuesta de arte más libre, de búsqueda.

La exposición tenía un cuadro de dos metros de alto colgado de una pared, donde estaba una fotografía en blanco y negro de la artista desnuda, semicubierta por una cobija donde aparecía con los ojos cerrados. En las palmas de sus manos sostenía un par de ojos de res que miraban al espectador. La pieza se llamaba “Renacimiento”. Los ojos eran auténticos. “Fue muy difícil conseguirlos, son auténticos, cuando tengo todas las cobijas me dicen, ‘la vemos muy difícil Rosa María’, porque eran parte de la investigación. Tengo piezas que ganaron en Monterrey, antecedentes que traigo desde mi exposición llamada “Taxidermia”, entonces tenía cinco o cuatro pares de ojos de reses. Si estoy hablando de la podredumbre humana y tengo en mi piel, a manera de manto, una cobija de un ejecutado anónimo, pues no tiene nada que ver que tenga unos ojos de reses, tenían que ser humanos, porque era lo que yo quería. Si se fijan en la fotografía, yo cierro los ojos, porque si yo los hubiera tenido abiertos, hubiésemos sido cuatro ojos viendo al público, yo quería que solo fueran un par de ojos viendo al público, los que yo le muestro, los que ya no tienen vida, los de ese asesinado anónimo, que nadie hasta la fecha ha reclamado. Para mí fue la fotografía más difícil, me habían tomado fotos desnuda, ya me han visto aquí crucificada, desnuda y con botas en otras exposiciones, pero nunca había sido una foto tan difícil para mí, por el simbolismo que tiene. Fue difícil porque la carga que yo tenía en esa foto no tienes idea, desde las 10 de la noche, hasta las cuatro de la mañana terminar. Además, cuando fui por las cobijas, tenía cobijas desde hace dos años, guardadas, pero ya no huelen, entonces dije: ‘tienen que ser recientes’. Estas son de la semana pasada, el olor, has de cuenta que me hubieran puesto un animal muerto encima. El contacto con el cuerpo, el remate con los ojos, una foto realmente difícil emocionalmente, energéticamente. La carga de tener encima una cobija de alguien que habían envuelto ya muerto, luego los ojos de una persona que yo lo solicité, es una carga fuerte. Yo lo tenía que vivir para poderlo transmitir al público, en mi rostro se ve la fotografía, estaba entre angustia, desesperación, estaba como que ya…. Primero la cobija pesa mucho, pero el olor de la sangre, los ojos, el yo imaginarme a esa persona ya sin los ojos, consideré que era necesario”.

En la conferencia “El triunfo de la violencia sobre la Civilización”, dictada por el crítico de arte José Manuel Springer, el día después de la inauguración aquel 24 de mayo, hace ahora seis años, decía que Robles, no representaba la realidad, sino que la presentaba, por eso le golpeaba al público, al espectador.

Otra de las piezas polémicas era un pantalón y una playera manchadas de sangre. Se llamaba “Andas meando afuera de la bacinica”. Era la ropa de un “muerto auténtico” donde la artista retomaba la expresión del hablar característico de ciertas regiones del país. Porque cada región y cada estado tiene sus dichos. Y el dicho “andas meando fuera de la bacinica”, en este contexto de Sinaloa violento, andas “meando fuera de la bacinica”, es como decir “la regaste güey”, es una pieza muy irónica, es una ropa auténtica de un ejecutado. Ese hombre fue golpeado muy brutalmente, está muy sangrienta la ropa. Le agrego el consolador de hule, la bacinica, para hacer referencia a este “andas meando afuera de la baciníca”. “O andas bien o te tronamos”.

El recorrido por la exposición era como un paseo por una instalación dentro de una casa. Estaban los elementos cotidianos: una cuna, los toiletes, excusados, mingitorios, había mesas con manteles hechos de las portadas de los periódicos de nota roja, donde las notas principales eran osamentas y balaceras; camas, todo lo que podría decirse que forma parte de la vida diaria. Robles recordaba que le planteó al museógrafo que la exposición tenía un guión y de ahí no la movió. “Empieza con la cuna, la cuna con alas y con la guillotina caliente, luego te pasas a la cama matrimonial, que habla de otro tipo de violencia, violencia intrafamiliar, de pareja, de soledad. En mi obra, desde los 80, siempre está presente el falo, es como mi figura central. Porque constantemente estoy hablando de la sociedad falocéntrica, sobre todo nuestra sociedad mexicana, aparece de una manera o de otra, no siempre tiene una connotación erótica en mi obra. A veces tiene una connotación de angustia, de rebelión, de reniego, no de placer”.

El falo aparecía servido en platos en una pieza llamada “Las mesas”. La mesa para “comevergas”, la llamó Robles. “Hay muchas maneras de ser ‘comevergas’ en esta vida. No lo digo literalmente que se la van a comer, primeramente, me gusta mucho comer con las palabras fuertes porque me gusta llamar las cosas por su nombre. Pero la gente, me parece muy estúpido, que se asuste de una palabra, pero no se asusta de cosas más terribles que pasan diario. Matan a la gente en la calle o roban niños pero de eso no se asusta la gente, pero cuando ven dicen: ‘cómo usas esa palabra, cómo puedes poner consoladores’. Me parece muy hipócrita la sociedad, me gusta mucho golpear al público, sacudirlo, no te hagas güey, sabes muy bien que inclusive nosotros participamos con el silencio de las cosas más terribles, y seguimos en el juego de ver cosas agradables y ver cosas que no incomoden las exposiciones. Me parece fuerte dedicar mi vida al arte, y si me voy a dedicar al arte, pues necesito decirle algo, no halagar nada más”.

El día de la inauguración, la pieza más polémica de la noche fue “El bebé bomba”. Era un bebe de brazos colocado en una maleta con unos explosivos de plástico alrededor de su cuerpo. “Yo renté un bebé, pagué a una señora para que me prestara un bebé, estuvo en la maleta esa noche unos minutos y se le pusieron a su alrededor unos explosivos de utilería. Lo que pretendía esta pieza era plantear la escabrosa facilidad con la que cualquiera de nosotros con dinero puede conseguir niñas o niños, ya sea para prostitución, para medios de transporte de droga. Al final, yo digo cómo hice esta pieza, yo revelé esto, no es un bebé de ninguna amiga mía, es una persona equis que no conozco. Le pagué para que pusiera a su bebé, le garanticé que no pasaría nada, de todas maneras me parece indigno. Springer cuestionó al público al día siguiente, fuimos cómplices, agarró el bat y comenzó a golpear el mural, no puedo hablar de violencia sin ser violento, decía. El dijo cualquiera de ustedes pudo haber salido y denunciar a Rosy. Nadie lo hizo, fuimos cómplices de ella. Lo mostró y nadie hizo nada. Yo estaba preparada, estaba preparada para un numerito si venían por mí o algo, pero nada. Se redondeó y tuvo contundencia la pieza”.

Donde todo espectador se detenía de manera invariable, era en un comedor donde estaban colocadas como platos unas bacinicas sobre un mantel peculiar. La pieza se llamaba “La mesa puesta con mantel y frutero”. Se refería a la cotidianeidad, el mantel diario era ese comer, desayunar y cenar con las noticias como sin nada. El mantel estaba hecho de portadas sangrientas de los diarios locales con los tantos asesinatos que se registraban en Culiacán por esos días. Y la bacinica, era convivir con la mierda, aparentando que no pasa nada. “Y el mingitorio más el frutero, vuelvo otra vez a los elementos estos escatológicos de todo lo que defecamos, expulsamos, las plantas son bacinicas, es del diario, nuestra mierda. Lo presento todo muy pulcro, porque así estamos, estamos en una mierda pero no es que no nos demos cuenta, es como que le hemos limpiado y acondicionado para convivir con ella para que no nos incomode”.

El patio central del museo tenía atravesados unos cables de donde pendían unas banderas, como de un metro aproximado de longitud, hechas con billetes verdes de a un dólar. Esa pieza se llamaba “Las Banderas”, y estaban realizadas con dólares de verdad. La artista recordaba que los había conseguido en la céntrica calle Juárez de Culiacán, un centro cambiario ambulante, donde los comerciantes de mariguana y heroína que bajan de la sierra sinaloense llegan a cambiar la divisa. El sitio se le conoce como “la lavandería al aire libre más grande de América Latina”. Esa era la pieza que Rosy quiso que fuera patrocinada por un verdadero narcotraficante, pero al final no se pudo. “Sabemos muy bien que el poder del narco aquí patrocina casi todo, la economía de Sinaloa está un gran porcentaje basada en el narcotráfico, es la realidad, sabemos que está la agricultura, somos un estado granero, nadie puede negar, si no está enterado que el creciente negocio del narcotráfico es lo que sostiene Sinaloa. Yo quería como coquetearlos con eso, dije, perfecto, a mí también me pueden patrocinar narcotraficantes, no nada más a tantos negocios, inclusive de políticos, que lavan dinero, que se interrelacionan con narcotraficantes y que los disfrazan para qué, no sé… Entonces pongo los dólares como banderas porque, decía Springer, que las banderas puestas en esa posición como estandartes, significan mundialmente fiesta, desde la época medieval, así acostaditas, significa que está de fiesta la ciudad. Yo planteo eso, lo que rige al mundo es el dinero, por eso las pongo arriba, arriba de toda la obra tienen que estar las banderas, porque lo que mueve al mundo es el dinero. No me cuadraba la moneda nacional, todos los narcotraficantes lo que traen son fajos de dólares, no de pesos mexicanos. Deben ser 24 banderas, hablan de eso, del poder que le hemos otorgado al dinero, el dinero no tiene un poder en sí, ningún valor, nosotros se lo hemos dado, habla como que por debajo del dinero está todo lo demás, encima del dinero nada”.

Juan Veledíaz

@velediaz424

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