La ausencia, la desesperación por encontrarlos con vida, la búsqueda incansable, las violaciones a los derechos humanos y los detenidos desaparecidos son una herida abierta en cada uno de las personas a quienes les ha sido arrebatado un integrante de la familia. Y no sólo es la ausencia física, sino también tener que lidiar contra el desprestigio, la estigmatización de: por algo le pasó lo que le pasó. Al final son dramáticas historias difíciles de contar.
Culiacán, Sin.- Rita Gaytán Núñez no se quería morir sin saber dónde está su hijo Henry, desaparecido la mañana del 15 de julio de 1976 por las oscuras fuerzas del gobierno. La vida no le bastó para dar con su paradero. Falleció el martes pasado a los 85 años, 36 de los cuales los dedicó a rastrear las corazonadas de que algún día, tan siquiera un momento, iba a tener noticias de su vástago.
“Desafortunadamente se le complicaron las enfermedades y ya no resistió”, manifestó su hijo Rafael López Gaytán vía telefónica, quien fue el que sobrellevó los últimos meses de la vida de su madre con estoica valentía.
Doña Rita nunca se rindió, dice. Peleó hasta el final porque su voz fuera escuchada en el tumulto de la indiferencia, se enfrentó a gobiernos autoritarios, al ejército mudo de la barbarie, al silencio deleznable de las autoridades. Y animó a sus compañeras de lucha a continuar en la batalla.
A ella, a esta incansable mujer, ya no la volveremos a ver en las manifestaciones, pero sus ideales seguirán, su historia, sus palabras. Ya Henry por algún lado de la eternidad la estará encontrando, abrazándola, como si fuera el reencuentro de aquella última vez en que no pudo ver sus ojos, cuando vino el ejército para llevárselo…
La desaparición de Henry
Era unos años menor que Henry. Todavía estudiaba, pero miraba a su hermano enrolado en lo que entonces conocían como la Liga Comunista 23 de Septiembre.
“Mi hermano era un soñador, soñaba con cambiar las injusticias, soñaba con otra vida, soñaba con un gobierno mejor… y esos sueños fueron su tragedia”, me dijo en una ocasión Rafael López Gaytán.
Conversamos en su casa una mañana de octubre pasado, cuando su madre cayó en cama debido a una enfermedad crónica que los médicos no podían diagnosticar. Del Alzheimer a la pérdida de sentido de la realidad, Rita ingresó en los últimos meses de su vida a un mundo vedado a nosotros.
Todo el santo día estaba en su cama, con la respiración dificultosa, a veces quejándose, otras veces apenas expresando las básicas necesidades.
Junto a ella, Rafael me narró la historia de su madre y de su hermano, del drama interminable que implicó la desaparición forzada del muchacho que inocentemente se creyó comunista.
Aquella mañana, los dos estaban en la humilde casa del Viejo Vallado, cuando los conquistadores de tierras profanas aterrizaron cerca de las vías del tren, cerca de lo que hoy en día es Palacio de Gobierno.
A Henry lo sacaron en calzoncillos, con empellones y gritos marciales. Lo subieron a una camioneta tipo militar y ya nunca más se supo de él.
Meses más tarde, un desconocido los buscó y les dijo que conoció a Henry en una prisión militar en el Distrito Federal. Pero el hombre sólo fue a decirles que el joven estudiante les mandó decir que no se preocuparán, que iba a estar bien.
Pero en realidad, ese fue el comienzo de todo. El martes pasado, tras más de tres décadas de lucha, doña Rita se despidió de nosotros. Y la huella de los desaparecidos está ahí, indeleble, como la muestra necesaria de que no sólo se mata al que se desaparece, sino también a sus familiares.
Las cifras del dolor en Sinaloa
La desaparición forzada es uno de los temas más preocupantes para la Comisión de los Derechos Humanos en Sinaloa (CDDHS), la cual revela que esta práctica va en aumento en una forma drástica sin que el Estado mexicano y particularmente el Gobierno del Estado de Sinaloa, presten la debida atención al problema, y se escudan en el argumento de la culpabilidad de la víctima (algo hizo), lo cual se convierte en una trampa mortal.
Desde un método represivo para aniquilar a la oposición política, la desaparición forzada en México y en Sinaloa se transformó en una práctica también utilizada por el crimen organizado.
En el informe de la CDDHS, divide la desaparición forzada en tres etapas en Sinaloa.
Esta práctica represiva inició en el año de 1975 a 1982, en ese entonces gobernaba Alfonso Genaro Calderón, en el contexto de fuertes luchas armadas y civiles, opositoras al régimen autoritario priista, bajo el esquema de represión política, en total 43 personas jamás fueron encontradas, entre ellas Henry.
La segunda era de desaparición va en la llamada lucha contra el narcotráfico, donde se contabilizaron 87 desapariciones y por último entre 2006 y 2012, el gobierno del presidente Felipe Calderón emprendió una lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado que incluyó el despliegue inédito de miles de soldados en distintas partes.
La ofensiva oficial, sin embargo, no logró inhibir la violencia y se ha estimado que al final de su administración hubo al menos 70.000 muertos atribuidos al crimen organizado.
En este sexenio se estima que en Sinaloa, han desaparecido al menos unas 295 personas, sin embargo la Procuraduría General de Justicia del Estado, sólo tiene registro de 180, obviamente de familiares que presentaron denuncia.
El resto, se ha sumido en el silencio, omisión, ruido y criminalización de las autoridades que es el ingrediente que el estado necesita para continuar. Lo cierto es que la cara de la desaparición forzada ha cambiado en estos años; sus motivos también. Y la dimensión ha escalado en una forma escalofriante.
Según la ONU, el contexto actual es la lucha del crimen organizado, que ha extendido sus actividades en búsqueda de producción de ganancia a negocios tan (o más) lucrativos que el narcotráfico: secuestros, extorsiones, trata de personas con fines de explotación, entre otros.
Y los desaparecidos, además de opositores políticos, son –advierte el Grupo de Trabajo de la ONU- nuevos grupos pertenecientes a los llamados sectores vulnerables: mujeres, migrantes, activistas de derechos humanos y periodistas.
El espectro de los perpetradores de las desapariciones forzadas de hoy es muy amplio, pero hay un denominador común con las desapariciones del periodo de la guerra sucia: la responsabilidad del Estado, ya sea como realizador directo –como demuestran decenas de testimonios a lo largo de todo el estado- o como encubridor, o simplemente al no investigar y dar a estas personas por perdidas.
La Cazadora, un modus operandis
Leonel Aguirre Meza, titular de la CDDHS, explicó que el estilo que han adoptado los delincuentes en los últimos años para sustraer a sus víctimas, se caracteriza por el uso de “La Cazadora”, la cual consiste en vigilar con anticipación movimientos, vida cotidiana de la víctima.
“Es común que estas personas cerquen a las víctimas, las vigilan y cuando consideran el momento las sorprenden normalmente afuera de sus domicilios, sin testigos, van encapuchados, vestidos de negro y por lo menos van en dos o tres vehículos”.
Abundó que estos “levantones” generalmente no se denuncian por temor a represalias o por desconfianza, pues en algunos casos existen evidencias sobre la participación de policías municipales, estatales y federales en estos ilícitos, cuyo número crece cotidianamente.
Aguirre Meza, expresó que es cada vez más preocupante el rango de edad de las personas desconocidas pues son jóvenes que se encuentran entre los 16 a los 25 años de edad, en su mayoría varones.
Martín Durán y Cynthia Valdez/La Pared
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