Flash Back: La quema de los cines en Culiacán

Cinematorio

 En el invierno de 1966, Culiacán fue testigo de uno de los episodios que más perduran en la memoria de los viejos cinéfilos: la quema de los cines Reforma y Diana, el primero ubicado en lo que hoy en día es el Museo Interactivo de las Adicciones (MIA), y el segundo en donde se encuentra el hotel San Marcos. El pintor y escultor Luis González nos lleva de la mano por aquellos ayeres, tan ausentes en el caos de la ciudad, en una crónica que fue publicada originalmente hace 22 años en la revista Generación 90.

Exterior día soleado, la Catedral de Culiacán, Sinaloa, en primer plano y vista ausente del protagonista por la aguda reflexión sobre algo desconocido.

Al momento de irrumpir en la plazuela donde ahora posa un general, RUM AWAY que los hermanos Carreón interpretaran en los sesentas, se escucha desde la caseta de sorteo del Partido Acción Nacional, y cambia un poco los elementos decorativos del paisaje. En un lapso de segundos la relación geográfica y una escena de multitud debido a un film taquillero de esos que se hacen por negocio, atrae a miles de espectadores ingenuos en el cinema Reforma para conectar el pasado:

Las representaciones oníricas y la barroca vaguedad de mis pensamientos hicieron menospreciar los juegos de la infancia, tal vez por eso borré la imagen de mi primera visita a la sala cinematográfica para sentirme nacido en una película de suspenso. Pedro Armendáriz, Gregory Peck, Laurence Olivier y Viruta y Capulina fueron algunos de los personajes que terminaron por despertarme de lo real para conducirme amables hacia la encrucijada donde la aventura y el conocimiento se unen y viajan por una sola carretera.

La realidad me llamaría a cuentas en los exámenes primarios, me golpearían directores y maestros acomplejados e ignorantes por haberme atrevido a escoger mi propia ruta.

Un domingo, la permanencia voluntaria me mantuvo desde las diez de la mañana hasta las diez de la noche con “El Príncipe Valiente”. Cuando regresaba a casa, ya sabía lo que me esperaba. Más tarde, los años se agregaron a mi cuerpo, sentí el crecimiento cruzar por la avenida Álvaro Obregón y atravesar la calle Ángel Flores; en ese entonces abierta, separaba la Catedral de la plazuela. Percibí una multitud cubriendo el edificio al fondo. Probablemente exhiben alguna extraordinaria película –me pregunté- Pero es raro… sólo los domingos, en funciones intercaladas con los matinées suelen pasar la proyección todo el día y hoy no lo es. De cualquier modo eso debe ser, me dije.

Alegre, ansioso y sonriente continué apurado a colarme entre el gentío para descubrir el estreno… Lo que mis lentes de cámara cerebro registraron fueron imágenes de violencia no en la pantalla.

Vidrios quebrándose, golpes de fierro y sonido de fuego al viento contemplaban el espectáculo. Estudiantes furiosos arremetían contra el inmueble, rito de baile primitivo desplegando veinte siglos de energía acumulada para regocijo de la turba que reemplazaba el sitio de sombras y butacas por un entretenimiento más vivo y brutal.

-Deténme los libros y espérame aquí –me dijo un vándalo candoroso.

En tanto lo esperaba, alcancé a escuchar gritos espeluznantes de dolor físico. “El Fantasma de la Ópera” me vino a la memoria. Por ahí escuché a una anciana, comentaba haber visto a un sujeto correr “astillas de cristal parecía haberse clavado en los ojos”, decía la anciana y se llevaba las manos a la cara para acentuar la tragedia.

Al regreso del vándalo, recibí como premio una caja de aquellos gingantescos chocolates Presidente.

Soltaron varias versiones sobre las intenciones provocadoras del suceso, aunque la mayoría aceptó la del retiro de la media paga a estudiantes. Sugiere una metáfora activa de protesta por el mal cine mexicano.

La proporción de tal equivalente no es correcta. De acuerdo, pero tampoco lo son las declaraciones de cineastas y superestrellas superenriquecidas con tanto producto mediocre, y sí llegan a aceptar la mala calidad, culpan la falta de talento en las nuevas generaciones. ¡Vaya forma tan irresponsable de evadirse… Culpando a los demás!

El cine no surgió como un negocio, inclusive Antoine Lumiére, el inventor del cinematógrafo que presentó en 1895, le decía a su compañero Méliés: “nuestro invento no es para venderlo. Puede ser explotado algún tiempo como una curiosidad científica, pero no tiene ningún interés comercial”.

Ciertamente Lumiére no pensaba en la explotación de su obra, más bien, en el desarrollo de un nuevo concepto estético. Si productores e instituciones permitieran la liberación del arte, y se aboliera la censura, todo mundo saldría ganando; con más razón los mercaderes.

Al día siguiente hice la punta en la escuela y recorrí los cines destruidos, ya que el Diana (ubicado por la Obregón, casi esquina con Francisco I. Madero, donde está el Hotel San Marcos). Un clima nebuloso prevalecía siniestro. Entre los mirones del desastre creí reconocer el rostro de alguien con quien acostumbraba platicar en la fila del Reforma, pero no, no era él.

Años después, ya transformado el cine en cinema, conversé con el cinéfilo mencionado en la fila, por supuesto.

-Cada vez estamos peor, mientras el cine extranjero aún con sus fallas sigue dando ejemplo, no hemos podido superarnos… ¡Qué barbaridad! Tanto talento desperdiciado por ahí.

-He visto muchas películas… Pero… entiendo el desequilibrio de nuestro cine… Son los intereses del sistema, como siempre. Ya no es como antes. No hemos podido superar la época de oro. ¡Bah!

El hombre maduro, ahora con lentes muy oscuros y negros, hablaba fluido y relataba la historia desde el principio, mencionaba con la propiedad de un erudito, fechas, cifras, influencias y nombres de los directores famosos y relevantes: Griffitn, Eisenstein, Chaplin, Jean Renoir, Cocteau, De Sica, en fin. Cada reunión en la fila me daba cátedra. En tono familiar hablaba de los actores y concluía analizando el aspecto estético. Era su vida.

Por él supe del surrealismo de Buñuel, del expresionismo alemán, del neorrealismo italiano. Confieso no haberle entendido mucho en su momento.

Para explicar el fenómeno del atraso en nuestro medio remitía, lo recuerdo bien, a los comités de censura:

-¿Sabes qué fue el código Hays? Pues la cacería de brujas en Norteamérica promovida por un jesuita contra los cineastas que se suponían eran comunistas… El régimen fascista de Franco también trajo muchas calamidades al cine, lo mismo en Italia de la posguerra con Mussolini y en la Unión Soviética, el Comité Central del Partido dictaba lo que se debía filmar.

-Bueno, pero si usted admira tanto el séptimo arte, ¿por qué sigue viniendo a ver películas chafas?

Mis palabras parecían afectarle, respiró profundo para responder en pausas y se fijó los lentes.

-Precisamente por eso vengo casi a diario, para esperar con paciencia el día en que el cine mexicano me complazca.

El movimiento de los ciclos se detiene en febrero de 1978. Exhiben “La gran comilona” de Marco Ferrari. Antes de hacerse la oscuridad capto a un hombre tres hileras y media frente a la pantalla, presiento algo extraño, me acerco a él, y sí, es él, el mismo. Tiene algunas canas pero su piel se conserva sin arrugas, mantiene sobre su nariz los grande lentes, basta un ligero saludo para que me reconozca de inmediato.

-Qué pasó.

-Qué tal –le dijo.

Lo que me inquieta es que no voltee a mirarme. Paso la mano sobre su rostro a cierta distancia (close-up) y me doy cuenta… no ve.

Antes tampoco… ¿A partir del suceso ritual en el invierno de 1966?

Julio de 1990. Constantemente se publican entrevistas de directores y empresarios afamados, de profesionales y de vedettes. El cine nacional ha tenido brillantes logros pero sigue estancado, sobre todo por la falta de apoyo y censura a los talentos nuevos, “el dios dinero” se impone en el artisterío de plástico, una que otra película como “Goitia” pretende afinarse, pero resulta poco. Prefiero volver a disfrutar en blanco y negro por la televisión a Pedro Armendáriz o a Tin Tan, y me  aventuro a esperar el día que surja un verdadero florecimiento; así como mi compañero.

A quien probablemente se le puede ver todavía en la tercera hilera y al centro de la sala en el cinema Reforma, deseando recuperar la vista.

Luis González/La Pared

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