El Feroz en el tiempo

En abril del 2011, el profesor Álvaro Rendón Moreno, El Feroz, fue encontrado asesinado en el interior de su vehículo, un Jetta color gris, que tanto trabajo le había costado. Extraña paradoja, más bien trágica, pues al Feroz le habían robado un Jetta cuando tuve la oportunidad de estar en la Escuela de Filosofía y Letrás, y durante muchas clases no hablaba de otra cosa más que de los trámites kafkianos para que le pagaran el seguro. A manera de recordarlo, decidí escribir esta crónica, ya que es un hecho que la Procuraduría General de Justicia y sus ministerios públicos no investigarán su muerte.

Culiacán, Sin.- Más de una vez lo vi caminando por las calles de Culiacán, leyendo uno de esos libros interminables. Más de dos veces conversamos de William Faulkner, el profundo sur y la guerra de secesión, el racismo y el wisky de contrabando.

La última vez que conversé con él, lo encontré por casualidad (aunque andar entre libros no era ninguna casualidad) en la librería del Sambors de la Plaza Fórum.

Pudo haber sido dos meses antes de que lo mataran, o tal vez tres. En realidad no tiene importancia, porque encontrarnos entre libros era hallarnos en la eternidad.

–¿Feroz, ya leíste el cuento de García Márquez En agosto nos vemos? -, le pregunté, pues ese relato, descubierto apenas hacía días, me había permitido redescrubir al escritor colombiado.

El Feroz hojeaba con paciencia uno de los volúmenes del estante principal. No se inquietó, pero me contestó que no lo conocía.

–¿En qué libro viene, no lo recuerdo? -, dijo.

–En realidad lo encontré en Internet…

Era la primera vez que tenía una lectura que él no conocía, y de alguna manera me sentí ufano, pues sabía que El Feroz era adorador del Gabo.

Me comentó que lo buscaría, y con parsimonia continuó revolviendo los libros de los estantes. Luego lo perdí entre la multitud de la plaza comercial.

Ya no volví a saber de él, hasta la tarde en que tuve noticias de su muerte. Un colega del diario El Debate me habló y preguntó si conocía a un maestro de la UAS llamado Álvaro Rendón Moreno.

Temprano, ese 25 de abril de 2011, yo había subido la nota del hallazgo de una persona desconocida ejecutada por el camino a Caitime, a medio kilómetro de la carretera México-15, en Salvador Alvarado, al sitio web del semanario Ríodoce, pero jamás me imaginé que escribía la nota de mi maestro asesinado.

–Sí, no me digas que… -, le solté a Geraro Ramírez, al otro lado de la línea.

–Es el muerto de Caitime.

La noticia habría de confirmarse minutos más tarde, cuando un familiar reconoció el cadáver en la plancha mortuoria de una funeraria de Guamúchil.

Álvaro había estado la tarde anterior en una casa de campo del escritor César López Cuadras, autor de la novela Macho Profundo, en la comunidad de Aguapepito, no muy lejos de Guamúchil.

Bebió y conversó de sus afanes, hasta entrada la noche, cuando decidió tomar el Jetta plomizo para regresar a Culiacán, ya con algunas cervezas encima. Pero se quedó en el camino.

Se supone que al pasar por Caitime, un depauperado pueblo que crece a las dos orillas de la carretera, fue donde enfrentó a su muerte. El Jetta, perforado por balas y con los neumáticos ponchados, sería encontrado a la mañana siguiente por unos campesinos que pasaron por el camino de terracería, a medio kilómetro del asfalto. En medio de los asientos delanteros, estaba el cuerpo de El Feroz, recargado al lado derecho.

Lo que siguió tras la muerte de Álvaro fue más bien vulgar.

El funeral rodeado de funcionarios desvaídos de la administración de la Universidad, la avispada prensa que convertían en público un evento de esta naturaleza tan privado, las declaraciones vacías de aquellos que no lo conocieron, que sabían de un maestro excéntrico que leía multitudes de libros, que tenía fama de borracho y que vivía refugiado en la Escuela de Filosofía y Letras, donde impartía clases a alumnos holgazanes que algún día aspirarían a ser funcionarios de Cultura.

Los que de verdad llegaron a conocerlo, según pude apreciar durante sus funerales, le lloraron en silencio.

Desde entonces supe que El Feroz estaba más predestinado al mundo paralelo de la ficción que al de la egolatría de los escritores.

–Por qué si ha leído tanto, no escribes una novela -, le preguntamos una vez en el salón de clases (esas clases tardías y llenas de modorra que nos abandonaban por las tardes a la flojera.)

De inmediato se le dibujó una enorme sonrisa, que le hacía verse más orejón y con menos pelos de los que en verdad tenía.

–Para qué, si los libros que quiero leer ya están escritos. Si hubiera un libro que quisiera leer y no existiera, a lo mejor sí lo escribo.
Así era El Feroz, soltando esas frases borgeanas. Tal vez por parecerse al argentino, Álvaro presumía que la escritura era una actividad fatua practicada por algunos cuantos privilegiados.

Por eso, desde su rincón de lector voraz (feroz, le decían algunos), prefería admirarlos y hablar de manera incansable de ellos, sus anécdotas y sus libros, que intentar imitarlos.

Ignoro si en su vida secreta, Álvaro aspiró a ser novelista, o si en la intimidad de su existencia alguna vez intentó escribir algún libro. Sé que la poesía no era mucho de su agrado, pero la veía con respeto.

Fue quizá del maestro que más aprendí en Letras a tener una lista de lecturas, como una carta de navegación, para guiarme por el mar de la literatura.

Compartimos el mismo gusto por las novelas de Mario Vargas Llosa y de Juan Carlos Onetti, que preferíamos verlo como una extensión existencialista de Faulkner, el jefe de la tribu latinoamericana.

Aun así, no llegué a conocerlo tanto. Una vez nos entrampamos coversando sobre Faulkner. Fue durante la presentación de un libro de su amigo Élmer Mendoza, en el Casino de la Cultura.

En aquella ocasión lo encontré solo en una esquina del salón, con un vaso de vino tinto en las manos. Esperábamos que terminara la exposición para sambullirnos en los canapés y en las copas.

Álvaro prefería entrarle sólo a las copas. Quería que me dijera cuál había sido el mejor libro de Faulkner, pero me espetó un “¡todos!”.
Me habló de una excelente biografía casi perdida. Él la había encontrado en un sitio web puesta a subasta. Pero lo único decepcionante era el precio inicial, de dos mil pesos.

–Es una exageración, imagínate cuántas cervezas me puedo tomar -, soltó en tono socarrón.

Hablamos de Onetti, la historia del Brausen primigenio de La Vida Breve, la obra central del uruguayo sobre la cual va construyendo todo un andamiaje de personajes y lugares que sostienen la vida de Santa María.

Tal vez creí, esa noche de copas apuradas, que Onetti era mejor que el Gabo, y que Faulkner seguí siendo como un gran elefante africano que se perdía en los confines de un páramo lleno de odio y sangre, en cuyos interticios brillaba el amor.

De vez en cuando me encontraba al Feroz por las calles adyacentes al Instuto Sinaloense de Cultura o del Museo de Arte de Sinaloa.

Más de una vez lo vi caminar con un libro abierto al frente, atravesando la plazuela Álvaro Obregón. Caminaba con pasos agigantados, sorteando el día soleado, el polvo y las tormentas eléctricas.

Una vez lo vi desde mi sitio en Los Portales, a donde iba muchas tardes de mi juventud a beber café, fumar, leer libros y extrañar el amor que nunca llegaba. Supe entonces que aquello de que El Feroz leía caminando no sólo era un mito, sino algo que se repetía en la cotidianidad de la vida de la ciudad.

Fue la imagen que se me formó cuando fuimos al panteón a enterrarlo, a la sombra de una pingüica: el hombre semi calvo, usando un pantalón de mezclilla deslavado, atravesando la plazuela y leyendo un libro.

¿Quién lo habrá matado?, a veces me pregunto. El camino de Guamúchil a Culiacán está plagado de sicarios, de una muerte somnolienta que atraviesa el asfalto y las terracerías.

A fines de octubre del 2011, meses después de su muerte, todas las tardes durante diez días hize ese recorrido, para cubrir para el Instituto Sinaloense de Cultura el Festival de Cultura. Regresaba noche a Culiacán. Cada que pasaba por esa oscura carretera, trataba de reconstruir las circunstancias de su muerte: imaginaba al hombre aterrado tratando de huir de las balas, perseguido por los comandos nocturnos. Sé que a ningún ministerio público le interesará investigar, menos a un policía.

La idea de que El Feroz sea un número de averiguación previa en los archivos de una oficina lóbrega perdida en el marasmo de un pueblo infame, es tan vulgar como su asesinato.

Prefiero aquella imagen del loco caminando-leyendo, vista desde Los Portales. Ahora poco regreso al café y leo menos que antes. Tampoco se habla mucho de El Feroz en estos días. Quisiera saber si en aquella eternidad a la que se fue sigue leyendo Cien años de Soledad, el libro que le acompaña en su tumba. En el Jardines del Humaya, justo al lado izquierdo de la entrada, donde se lavanta una capilla y frente a una pingüica, florece un epitafio: El Feroz es un árbol lleno de pájaros.

Martín Durán/La Pared

11 thoughts on “El Feroz en el tiempo

  1. Que curioso, amigo mío, que yo no tenga tantas cosas que recordar de ese querido maestro nuestro; al menos no de su vida, pues desde que me encomendó leer La casa verde, de Vargas llosa, le empecé a sacar la vuelta para que no adivinara que no había leído el libro… y por supuesto que ya no lo leeré. Sin embargo debo añadir a tu crónica que los días siguientes a su deceso, ocurrieron cosas bastante deplorables. Todas las personas que fueron invitadas a esa reunión, los que fueron y los que no, sufrieron algún tipo de acoso, enmascarado de investigación por los elementos de esa jauria alíneada que dice que sirve a los intereses del pueblo. Dejé de visitar a muchos de mis entrañables amigos; muchos de los cuales no volví a ver después de mudarme a Colima, lugar donde vivo hoy. No tuvimos tiempo para reflexionar en lo que realmente ocurrió. Muchos no acudimos a su funeral por que no pudimos o porque no quisimos. En lo personal te diré que una amiga me invitó -por email- a pasar ese día en su compañía en la ya citada reunión, pero desafortunadamente leí muy tarde mi corréo. Gracias por recordarme al profe, esperémos que allá, a donde sea que haya ido, no le falten libros…

  2. Excelente y necesaria remenbranza del Feroz en estos tiempos de asesinos (Henry Miller)

    Sin embargo, hay un fragmento que puede ser mejorado se fue una falta ortográfica y un para/para:

    “A fines de octubre del 2011, meses después de su muerte, todas las tardes durante diez días hize ese recorrido, para cubrir para el Instituto Sinaloense de Cultura el Festival de Cultura”.

  3. muy buenas acabo de enterarme de tu web y la verdad es que me parece super bueno no sabia de mas personas interesadas en estos temas, aqui tienes un nuevo lector que seguira visitandote abitualmente.

    1. Gracias Álvaro, se extraña a tu padre siempre. Cuando anduve por el DF y adquiría libros, mepreguntaba si El Feroz me los recomendaría. Un abrazo. Martín Durán

  4. La ultima vez que hable con el Feroz, fue justo antes de salir de vacaciones. Subió a buscar un diccionario a la unidad. El Feroz siempre hablaba con nosotros de películas, por alguna razón a Ivan y a mi siempre nos terminaba preguntando que si ya habíamos visto tal o cual película, en esa ocasión nos recomendó muchisimo el Discurso del Rey y una argentina cuyo nombre no recuerdo. A la fecha cuando ando viendo alguna película, pienso, al Feroz le encantaría esto y otras veces cuando se me va el rollo me digo, cuando lo vea se la voy a recomendar y luego me llega de golpe el hecho de que ya no está. Pasa el tiempo y sinceramente aun se me salen las lagrimas.

Responder a Álvaro Rendón Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

* Copy This Password *

* Type Or Paste Password Here *

Share via
Copy link
Powered by Social Snap