El tango está más vivo en Colombia que en Buenos Aires

80 años de la muerte de Carlos Gardel

Argentina lloró tanto aquel 24 de junio de 1935 tan pronto supo que en Medellín, Colombia, había muerto carbonizado ese hombre que a partir de entonces comenzaría a cantar mejor cada día. La leyenda de Carlos Gardel se acrecentó con la fatal noticia del accidente aéreo y con el lentísimo retorno de sus restos a Buenos Aires hasta el 5 de febrero de 1936. Una novela y una película tratan de explicar 80 años después qué peripecias sorteó el Zorzal criollo ante los abismos y los caminos imposibles de Colombia.

Por Arturo Mendoza Mociño

Bolívar es una recia mula de carga que trepa con brío los peñascos cercanos a Valparaíso a través de un sendero de tierra y piedras. Sobre sus lomos lleva un ataúd de aluminio sellado con plomada que refulge en cada balanceo y que ondea, cada vez que sopla el viento, una imagen de Carlos Gardel. Así describe Fernando Cruz Kronfly el periplo que tuvo el cadáver del cantante argentino en la novela La caravana de Gardel donde detalla los percances que vivieron los hombres que cumplieron la encomienda de llevar el féretro del Zorzal criollo de Medellín hasta el Puerto de Buenaventura, en el Pacífico colombiano.

Alrededor de Carlos Gardel persisten varios misterios que desatan pasiones y polémicas. ¿Nació en realidad en Francia y después se nacionalizó argentino? O en realidad fue uruguayo y por ello trató de ocultar su origen de hijo ilegítimo. ¿Es cierto que formó parte de una banda de estafadores y por eso se cambió más de una vez de nombre? El colombiano Cruz Kronfly prefiere enumerar certezas: Carlos Gardel, el gran cantante de tango argentino, murió en Medellín en junio de 1935 y fue sepultado en el cementerio de San Pedro. Y ahí estuvo hasta el 18 de diciembre de 1935 cuando lo exhumaron y lo transportaron para Buenos Aires.

24Junio1935_AccidenteMedellin, El tiempo

Lo que apenas se sabe es de aquel viaje de Gardel por Colombia y por qué, con quién y cómo viajó en tren, en pequeños vehículos automotores y a lomo de mula. Ese es el detonante narrativo de Cruz Kronfly y así fue que se imaginó aquella errancia por Amagá, La Pintada, Caramanta, Valparaíso, Marmato, Riosucio, Supía, Anserma y Pereira hasta llegar el 29 de diciembre de 1935 al Puerto de Buenaventura cuando el ataúd pudo ser embarcado a Nueva York.

—Para elaborar la novela tuve que reconstruir la historia imaginaria y fundamentarme en datos históricos ciertos —relata el escritor colombiano de sosegado temperamento y voz académica—. No intenté escribir la historia a espaldas de ciertos datos. Así que las fechas corresponden. Los nombres de los dos arrieros que llevaron el cadáver también son ciertos y los obtuve con un trabajo de investigación, de entrevistas en profundidad, con testigos vivos aún, personas que en el año 35 tenían unos 20 años de edad. Efectivamente entrevisté a tres viejos y fue un ciego el que me proporcionó más información.

Cruz Kronfly indagó tanto que llegó a conocer los nombres de las mulas que transportaron  el cadáver de Gardel. Aquellas bestias de carga eran un mulo macho y una mula hembra. El mulo se llamaba Bolívar, no por el libertador Simón Bolívar sino porque el propietario se apellidaba así y lo alquiló para la compañía de transporte. La mula se llamaba Alondra y en la novela se llama Alondra Manuela para redondear la coincidencia, ya que Manuela era la amante del generalísimo.

El escritor.
El escritor.

Al seguir los pasos de aquellos viajeros pasó por los mismos pueblos por donde recaló la caravana y durmió en las mismas posadas donde lo hicieron los arrieros. Así fue que el novelista investigador descubrió que alrededor del cadáver de Gardel existe toda una industria de reliquias falsas que todo el mundo da por ciertas.

No falta el que dice que tiene pedazos de la bufanda de Gardel. O aquel otro que tiene, ¡todavía!, los cordones de sus zapatos. Porque sumando lo insólito a lo insólito del viaje, el cadáver del tanguero no viajaba solo. Junto al féretro iban 20 baúles y tres cajas con sombreros que, al acabarse la carretera, fueron montados en mulas para cruzar la compleja geografía montañosa de Colombia, con sus despeñaderos y abismos de vértigo. Y así aparecieron los retos para la empresa de transporte Expreso Ribón: escalar el cerro Caramanta, tener paciencia y colaborar con las autoridades civiles y la sociedad de Supía quienes quisieron  rendir un homenaje a los restos del tanguista, como consigna Luis Gómez para el diario El colombiano, el sábado 21 de diciembre de 1935. Y así, ante la improvisada capilla ardiente, “los habitantes de la ciudad desfilan en gruesos grupos ante los despojos del ‘Rey del Tango'”.

Luego el cadáver volvió a viajar en berlina de Supía hasta Pereira, donde fue montado otra vez en tren hacia Buenaventura.

Y en cada escala hay una anécdota, un secreto, otra novela por contar: El Ferrocarril de Antioquia, como homenaje al cantor, no cobró el valor de los fletes.

La noticia de la muerte.
La noticia de la muerte.

Los restos de Gardel, como la reliquia de un santo, reciben homenajes con cantos y bailes de pueblo en pueblo, y son víctima de profanación y cuando no le roban el sombrero aquí, le hurtan alguna ropa por allá.

No pocos ven en tantos baúles el escondite perfecto para transportar armas. Y en el sigilo con el que trata de ir la caravana otros ven una sublevación más en la espiral de combates entre liberales y conservadores.

En una reconstrucción de ese periplo para BBC Mundo, Natalio Cosoy retoma el testimonio de un hombre de más de 90 años que fue a celebrar un cumpleaños al Patio del Tango, mítico reducto milonguero de Medellín. El viejo era de un pueblo del interior antioqueño y en algún momento de la fiesta comenzó a rememorar que por su pueblo había pasado el cadáver de Gardel a lomo de mula. Y que en un tropiezo de uno de los animales se soltó el ataúd y que éste fue a parar al fondo de su casa.

¿Verdad? ¿Mentira? ¿Literatura pura? En Riosucio hay una placa, al lado de la catedral, donde se dice que ahí se veló a Gardel, pero si se empieza a preguntar un poco más se podrá descubrir que la placa conmemorativa es reciente, colocada por un alcalde que quiere hacer creer a sus gobernados y a los turistas que allí hubo rezos para el Zorzal criollo.

Todos los gardeles… colombianos

La exageración es muy colombiana y Cruz Kronfly lo confirma cuando relata algunos de estos sucesos y detalla cómo se fueron integrando a su obra:

—Mi novela tiene como tesis principal la capacidad del tango de transformar a la gente. En La caravana de Gardel hay dos historias. La del viaje del féretro y otra que transcurre en 1950 cuando uno de los arrieros que había llevado a Gardel en 1935 decide ir a buscar al otro arriero porque tiene la sospecha de que éste profanó el ataúd y sacó unas cosas de él. Han pasados 15 años y él cree que tiene derecho a una parte de esas reliquias. Entonces va a buscar a su compañero y la historia consiste en la búsqueda que un arriero hace del otro, averiguando dónde vive y siguiendo la misma de los pueblos por donde anteriormente habían pasado.

La muerte de Gardel
La muerte de Gardel

Pero ese arriero ya ha cambiado muchísimo porque a raíz del episodio de la conducción del cadáver se volvió aficionado del tango, emigró a la ciudad y se volvió urbano.

—Y eso me sirve para explicar todo el proceso de urbanización de Colombia, pero, sobre todo, de Medellín. Además me sirve para mostrar la incorporación del tango como canción de la urbanización. En Colombia el tango es una realidad cultural de la mitad del país. El tango está más vivo en Colombia que en Buenos Aires. No lo creo, es así. Es una realidad cultural muy profunda. Me sirve también para explicar cómo el tango logra convertirse en la canción que mejor expresa las situaciones límites de los hombres, incluso en áreas culturales inusitadas.

En Colombia, insiste el novelista, medio país vive de la canción argentina porque como ningún otro género musical muestra cómo son las migraciones, la soledad del hombre y la vida de las mujeres migrantes como obreras de las nacientes fábricas. Por eso es típico encontrar en Colombia varios gardeles con sombrero a la gardeliana, chaleco, corbata y pañuelo. O encontrar bares donde la gente baila tango como si fuera bailar vallenato o guaracha.

—¿Pero existen tangueros colombianos?— se le pregunta.

—No hay tangueros conocidos —admite Cruz Kronfly—. Lo que hay son coleccionistas importantes. Una persona que me ayudó mucho en este trabajo vive de un negocio que jamás pensé que pudiera existir y que es llevar tangos desconocidos a Buenos Aires —el autor no para de reírse de esta confesión que tiene sobrados tintes de travesura— . Tantos son que allá ya nadie los recuerda. Los recoge con coleccionistas de tangos, paga derechos y graba discos que lleva a Buenos Aires. Y vive de eso, porque creo que Colombia es el depositorario de la tradición del tango. No exagero en eso, no sé porqué se da esa circunstancia histórica ya que en Colombia hay coleccionistas que tienen cosas que no existen en Buenos Aires.

Argentina centra su identidad cultural en el tango y los cineastas recurren a éste para las escenas cumbre. Cruz Kronfly empieza a enumerar y detallar las escenas claves de Perfume de mujer, Tan lejos y tan cerca, y tantas más, porque en culturas europeas y norteamericanas se considera al tango como la mejor expresión de la vida al límite.

Monumento a la leyenda.
Monumento a la leyenda.

Y un cineasta colombiano, Carlos Palau, recurre a La caravana de Gardel para rodar esta historia desconocida. Más de 40 actores y actrices intervienen: Julio Pachón, Yuri Vargas, David Páez, Adelaida Mejía, Tatiana Arango y Gloria Acevedo Toro, cantante conocida como “La Gardelita”. Y Medellín, La Pintada, Santa Fe de Antioquia y Buenaventura son algunas de las locaciones.

En dos actores descansa el filme: Alejandro Aguilar encarna al transportador Dionisio Arango, quien conoce como nadie las carreteras de la época. Dionisio gusta de la buena vida, posee un temperamento fuerte y es, a la vez, supersticioso y respetuoso de las creencias religiosas que lo llevarán a tener un conflicto durante su largo viaje. Su mejor amigo y socio de trabajo es Tiberio Restrepo, interpretado por Ramón Marulanda, con el que no comparte muchas cosas, pero reconoce que con él puede andar muy bien.

Todos fueron dirigidos al grito liberador que Palau lanza cada vez que puede a quien lo escuche:

—¡Del cine no se puede vivir, pero sí se puede vivir de película!

El pasado 24 de junio se proyectó un avance del filme de Palau en la Biblioteca Pública Piloto en Medellín para conmemorar los 80 años de la muerte de Gardel y, sin duda, el director lanzó su célebre grito de guerra.

Una bala en el pulmón

El 3 de diciembre de 1935 llegó a Medellín Armando Defino, representante de Gardel, con las órdenes de Agustín P. Justo, presidente de Argentina, de repatriar, a como diera lugar, el cadáver del cantante. Un grupo de mujeres apasionadas del astro argentino tratará de impedírselo de diferentes formas y es así como nace otro misterio sobre Gardel: ¿los restos que se exhumaron en Medellín son los verdaderos?

Gardel

Antes de este enigma hubo otros más. Según el testimonio de José María Aguilar, sobreviviente del percance aéreo, entrevistado por el periodista Eros Nicola Siri en el mes de enero de 1936 para el semanario argentino Caras y Caretas, Gardel presintió su muerte y también se divulgó la versión de que fue baleado antes de perecer en el accidente. Estos son los recuerdos de Aguilar sobre alguien que no es el Zorzal criollo o Gardel sino Carlitos:

—El 24 de junio almorzamos en un hotel vecino al campo de aviación de Medellín. A las 14 horas estaba anunciada la partida del avión que debía conducirnos. Carlitos, para eludir las efusividades del pueblo colombiano, salió por la puerta trasera del hotel y tomó con Le Pera un coche que lo condujo al aeródromo de la compañía Saco, donde gran cantidad de público se había aglomerado para despedirlo. Ya dentro del campo de aviación nos dirigimos al costado del avión trimotor F31, donde ya habían sido colocados los equipajes. Las guitarras las llevábamos con nosotros. Cercana ya la hora de la partida, un grupo de niñas de la sociedad rodeaba a Gardel, al que innumerables fotógrafos lo hacían posar en toda forma; mientras varias personas le pedían fotos y autógrafos, otras le obsequiaban flores. Carlitos estaba muy contento y locuaz, aunque por momentos parecía estar muy preocupado.

Gardel era profundamente fatalista y parece que ese día presentía que “algo” le iba a ocurrir, ese “algo” lo tenía preocupado, aunque él a ciencia cierta no podía justificar ni explicar. Era evidente que alguna nube negra embargaba su alma.

—Mira, hermano, yo no sé si me estaré poniendo viejo, pero te juro que me parece que algo grave va a pasar…

— No seas pesimista, Carlitos, ¿qué puede pasar?

Gardel, por toda respuesta, empezó a entonar suavemente “Mi Buenos Aires querido”.

—Un toque de campana y un prolongado silbato le interrumpió la canción a Carlitos y nos anunció que debíamos instalarnos a bordo del trimotor. Debo advertirle que este avión recién había sido adquirido en Norteamérica y efectuaba su primer viaje a Colombia llevándonos a nosotros como pasajeros; en consecuencia, aún la compañía Saco no conocía la capacidad y características del nuevo avión. Nuevos abrazos, besos y pañuelos agitándose en amistosa despedida y uno a uno los pasajeros que ya estábamos abordo fuimos sujetados a los asientos con unas correas adaptadas a la cintura del viajero. Carlitos, siempre pesimista, se dejó pasar el cinto refunfuñando y con un gesto de resignación que me impresionó. Cuando me llegó el turno a mí, me negué a que me ataran el cinturón, pretextando que quería tocar la guitarra. Parece que Dios me iluminó en ese instante y que no estaba escrito que había llegado mi última hora; esa corazonada que tuve al no dejarme atar es la causa de que yo esté ahora charlando con usted. Serían poco más de las 14 cuando el piloto Samper puso en marcha el gran motor central del avión, que comenzó a deslizarse pesadamente sobre la pista del aeródromo; recorrió así unos cien metros sin conseguir despegar y, en vista de ello, el piloto recurrió a los motores laterales y el ronco gemir de los mismos conmovió el avión. Carlitos aventuró un chiste bien porteño:

— Che, hermano, este avión es un tranvía Lacroze…

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El trimotor no levantaba vuelo, estaba demasiado cargado porque llevaba más de tres mil litros de nafta en los tanques. Cien metros más adelante, otro avión de la misma compañía se disponía a levantar vuelo en una ruta cruzada. Nuevamente el piloto movió las palancas del comando y la máquina, esta vez en forma más violenta y rápida, siguió deslizándose por la pista y a medida que avanzaba aumentaba la velocidad sin despegar ni diez centímetros del suelo… Sí, avanzaba más y más… directamente al gran depósito de gasolina del aeródromo que almacena millares de litros de nafta… Se oye la voz de Gardel y los gritos que reflejan ya desesperación:

—¡Oiga, Che, piloto! ¿Dónde nos lleva? ¿Qué le pasa?

Pero Samper no oía ni veía nada, al parecer. El F31 seguía avanzando peligrosamente contra el tanque de gasolina. Veinte metros más adelante, el piloto maniobró desesperadamente con el timón de cola, y el pesado avión, cambiando bruscamente de ruta, se apartó de la pista, y con la velocidad de un rayo embistió al otro avión, que con las hélices batiendo rabiosamente el aire se disponía a partir…

—El choque fue horroroso, inenarrable. Algo así como si cien quintales de dinamita hubiesen explotado simultáneamente. Yo oí un crujido espantoso y fui lanzado contra una de las paredes de la cabina, al tiempo que un torrente de nafta en llamas inundaba el compartimiento de los pasajeros, los que, desvanecidos, formaban un montón con los escombros y las maletas destrozadas. ¡Fue un instante terrible! Carlitos, que iba sentado en uno de los primeros asientos de la cabina, estaba inmóvil; lo llamé a gritos, pero no respondió. Estoy seguro que el choque le produjo una conmoción cerebral y murió instantáneamente. El fuego avanzaba envolviendo todo, todo; yo huía entre las llamas para la parte trasera del avión y al llegar a la cola de la máquina con las manos y los codos conseguí romper los cristales de una ventanilla; el traje me ardía completamente y con horror sentí que el cabello se iba chamuscando. Después… Después… No recuerdo bien lo que pasó; las llamas me bloquearon, estaba sumergido hasta las rodillas en un mar de nafta ardiendo. Hice un supremo esfuerzo e implorando a Dios me arrojé por la ventanilla envuelto en llamas y me desmayé. Cuando recobré el sentido me encontré sobre el pasto a unos treinta metros de la hoguera que formaban los dos aviones incendiados. Lo primero que atiné fue preguntar por Carlitos, por Barbieri, por Riverol y volví a desmayarme. ¡Pobres amigos! ¡Pobre Carlitos! ¿Por qué no me habré muerto yo también? Por momentos pienso que hubiera sido mejor.

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Al realizarle la autopsia a Carlos Gardel encontraron que tenía una bala alojada en un pulmón. Así nació la historia de que le habían disparado a bordo de la aeronave en que murió. La realidad es que cuando era joven recibió un balazo que no le pudieron extraer.

Una cortina de humo

Cuando el cuerpo de Carlos Gardel fue exhumado en Medellín El Heraldo de Antioquia vaticinó que la travesía hacia Buenos Aires duraría un mes. Pero en realidad tardó dos meses porque La caravana de Gardel llegó el 29 de diciembre de 1935 al puerto de Buenaventura, donde el cuerpo fue embarcado en el vapor Santa Mónica con rumbo a Panamá. Ahí cambió de embarcación, al Santa Rita, para cruzar el canal y subir al norte ¡a Nueva York!, a donde llegó el 7 de enero de 1936.

Por más de una semana fue velado en una casa funeraria neoyorkina del barrio latino y el 17 de enero fue nuevamente embarcado en otro vapor, el Panamerican, hacia Buenos Aires. Tras hacer escala en Río de Janeiro y Montevideo, el Zorzal criollo retornó a su Buenos Aires querido el 5 de febrero de 1936. The New York Times reportó el efecto de su llegada:

“Estaciones de radio llevaban su voz a cada pueblo y a través de las solitarias pampas que sus tangos hicieron famosas alrededor del mundo. En los alrededores del desembarcadero se destaca entre la concurrencia el elemento femenino, la mayor parte de las cuales ostentan ramos de flores para rendir así tributo, cuando sean desembarcados los restos de Gardel”.

El barco atracó en el puerto de Buenos Aires al mediodía y el cuerpo viajaba en la popa, a donde se dirigió el público a ver bajar el féretro, publicó El litoral. La operación se llevó a cabo lentamente, en medio de un silencio impresionante y sollozos de muchas de las mujeres que lo presenciaron porque al ver el ataúd ahí estaba cubriéndolo el poncho que usaba Gardel para sus viajes y que tenía grabado en uno de sus ángulos el nombre y el apellido del artista muerto.

La carroza fúnebre, de estilo sencillo, tirada por seis caballos, seguida por otra destinada a las ofrendas florales, enfiló hacia el estadio Luna Park y los dolientes a la vera del camino comenzaron a entonar las canciones más difundidas de Gardel. La capilla ardiente fue levantada en el ring y allí pasó la noche Gardel antes de ser trasladado, en procesión, al Panteón de los Artistas en la Chacarita.

Tanto el historiador argentino Felipe Pigna como el erudito colombiano de la historia del tango Luciano Londoño López sostienen que el presidente Agustín P. Justo urdió una trama junto al director del diario Crítica, Natalio Botana, para desviar la atención pública sobre el corrupto comercio de carnes de su administración con Estados Unidos y Reino Unido, que había sido profundamente cuestionado, extendiendo lo más posible el viaje del cadáver de Gardel y acompañando el periplo con constantes artículos periodísticos.

Botana lo comprendió a la perfección. Gardel era el símbolo de la alegría y la limpieza criolla, un emblema adecuado para oponerlo a la hora de descrédito y decepción que sacudían a la República. Fue así que de manera oculta, sabia y tenazmente, aceleraron el culto a Gardel y desviaron la mirada de la opinión pública. El Estado puso su parte; Crítica lo suyo. Se demoró ex profeso la vuelta de sus restos durante seis meses, buscando que la apoteosis tapara lo que por razones de Estado se debía olvidar

Como si se tratara de una historia de nunca acabar, los restos de Gardel no conocieron la definitiva quietud hasta el 7 de noviembre de 1937 cuando fueron exhumados otra vez para trasladarlos a una doble parcela en el mismo cementerio de la Chacarita donde también fue colocada una efigie de él. En torno a ella se reunieron el pasado 24 de junio sus fieles, quienes callaron a las 18 horas, la hora en que se produjo el accidente aéreo.

La tumba de Gardel fue cubierta de flores, imágenes icónicas y cigarros. Tangos y más tangos fueron entonandos. Y no faltaron los engalanados gardeles que emularon la personalidad y la sonrisa permanente de alguien que permanece vivo entre sus admiradores. Porque como se dice en Buenos Aires, “Gardel fue, es y será”.

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