CRÓNICA. En los brazos del crimen

“Yesenia”, una joven atrapada en el mundo de la delincuencia por amor

 Por Cynthia Valdez

Durante 17 meses, “Yesenia” se enfrentó a una realidad que jamás antes pudo imaginarse. Llegó en calidad de presa de gran relieve, segregada, obligada a enfrentar lo que pocos conocen a fondo: una cárcel de alta peligrosidad para mujeres. El penal de Nayarit le cambió la vida.

Apenas años antes, la vida que parecía buena y apuntaba a algo mejor.

Finales de los 90, una joven de apenas 20 años que se movía entre el oropel de la vida del beisbol en Culiacán. Conocía a todos los peloteros, a aquellos  que dieron vida a los afamados Tomateros que eran bien recibidos en todos lados y que hicieron célebres sus andanzas en bares y centros nocturnos. “Yesenia” era infaltable en dichas reuniones y su nombre fue harto conocido.

De figura muy agraciada, ojos de un oscuro profundo y una sonrisa fácil, no escapó de ser pretendida por grandes figuras del deporte pero fue hábil para no sucumbir ante nadie. Su futuro estaba escrito al otro lado del camino.

Conoció a un policía federal destacado en Guasave, quien seguido viajaba a Culiacán para de todas las formas posibles, quererla seducir. Sus intentonas se basaron en regalos que pecaban de ostentosos, algunas de ellas rayando en lo absurdo. “Yo lo que te ofrezco es el futuro que quieres y que no te puedes imaginar”, decía el aferrado galán.

La mamá de “Yesenia” guardaba sus dudas y recurrentemente le preguntaba a su hija “¿un policía de dónde saca el dinero para carros, viajes y regalos? ¿De dónde tanta ostentación?”. La sospecha estaba presente.

La boda

Se casaron “con todas las de la ley”, ceremonia civil y religiosa, esta última en la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe de Guasave. Como invitados, la familia de la novia y los amigos del novio, muchos de ellos desconocidos para la recién desposada. Padrinos hubo muchos y lo que sobró fue la ostentación.

La pareja compró casas en Tijuana, Culiacán y hasta en los Estados Unidos. Él se hizo de negocios que la facilitaron su antiguo (y modesto) puesto en la policía para inopinadamente proyectarse en un próspero empresario. Vinieron los hijos uno a uno, pero así también los compromisos y los excesos que se fueron acumulando.

“Yo hacía lo que me pedía mi marido”, cuenta “Yesenia”, “iba todas las tardes a cerrar las casas de cambio y a recolectar los dólares que se compraban. Sabía que algo andaba mal pero no sabía bien de qué se trataba. Empecé a ver cosas que no me gustaron”, narra casi escondida tras una cerveza.

A los fajos de billetes en su casa pasaron a ser bultos con otro tipo de mercancía. “Los traían y ahí se quedan los que se supone eran empleados de mi marido. Se drogaban, gritaban y la consigna era de que yo no los molestara. El lujo de sus carros chocaba con lo que se supone era su condición de empleados de las casas de cambio”.

Viviendo en Tijuana la instrucción llegó para mudarse “al otro lado”, a Estados Unidos en donde llegaron (vía fertilización “in vitro”), los dos últimos de los cinco hijos de la pareja. La vida en el país del Norte fue de un muy bajo perfil, él haciendo viajes muy frecuentes en la zona de California, ella apenas a la frontera para ver amigos.

De repente, todo cambió: la DEA y el FBI lo detuvieron bajo el cargo de tráfico de drogas y lavado de dinero. Las casas de cambio le fueron confiscadas, le “congelaron” todos los negocios y encerrado en una cárcel de California, desde donde lo remitieron hasta Minnesota para ahí, cumplir una sentencia de poco más de 10 años, que se vence en 2018.

De regreso

Ella tuvo que regresar a México, nada qué hacer en Tijuana y fue recibida en Culiacán por su mamá. “Te lo dije, hija, ese hombre nunca me dio confianza”.

Pero la historia tendría un vuelco que “Yesenia” no se esperaba cuando un día del mes de mayo de 2014, la Policía Federal se presentó en su casa  para detenerla al ser acusada de “lavado de dinero”. No hubo escalas, fue llevada directamente al penal de alta seguridad de Nayarit. Cinco hijos sin saber qué le había pasado a su madre y ella sin poder probar que el real culpable, el del delito, estaba ya en la cárcel en Estados Unidos.

Segregada, aislada, tuvo que pasar 17 meses en ese penal, en el conocido como Centro Federal Femenil “Noroeste”, al lado de Sandra Luz Ávila Beltrán, la conocida como “La Reina del Pacífico”; de las llamadas comandantas Zetas traídas desde Tamaulipas o de las mujeres del cartel de los Beltrán Leyva implicadas en secuestros y asesinatos en Tabasco.

En diciembre de 2015 obtuvo su libertad debido a que “no hay carga de culpa”. Ni una disculpa, ni un “lo sentimos”. Lo suyo fue regresar a Culiacán para volver a sus cinco hijos. La vida sigue. “Decisiones equivocadas”, dice, “y ni modo”.

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