Amor de verdad

Relámpagos de fuga

 

Arturo Mendoza Mociño

Un viejo adagio que siempre serena cualquier sobresalto del corazón sostiene que el amor no es mirarse a los ojos, sino mirar en la misma dirección. En cuestiones del amor cualquiera tiene sus dolores, sus saberes y sus consejos. Los grandes amores, el adiós de los amantes, los amores imposibles, son la materia viva que nos recuerdan, a través de un sinfín de obras de arte, que el amor es un misterio que pocos llegan a desentrañar.

O, peor aún, a vivir.

En sus últimos años de existencia, el poeta Octavio Paz escribió un libro que debería convertirse en el oráculo de todo aquel dispuesto a amar. Se llama La llama doble y tan bello título no sólo tiene una explicación metafórica sino también física porque no han sido pocos los amantes que han ardido de tanta pasión: “El fuego original y primordial, la sexualidad”, escribe el Nobel mexicano, “levanta la llama roja del erotismo y ésta, a su vez, sostiene y alza otra llama, azul y trémula: la del amor. Erotismo y amor: la llama doble de la vida”.

2. La llama doble, Seix Barral

Bien, con tal señal, adentrémonos ahora en los terrenos de la crueldad y su hermano gemelo, el amor.

Usted es un hombre que se perdió en el placer de las mil y un mujeres. Gozó. Poseyó. Vivió. Un buen día le diagnostican una enfermedad terrible, tan terrible que día a día irá perdiendo movilidad. Sus pasos pronto serán un recuerdo porque ya sus pies, ya sus tobillos y muy pronto las rodillas, no obedecerán más sus deseos de caminar y de desplazarse con sus propias fuerzas. El doctor le explica que su mal le irá limitando y confinando a una silla de ruedas. Que perderá el habla. Que toda su red de nervios y músculos se costreñirá de manera implacable.  Que la invalidez que le espera tiene como única cura la muerte.

En medio del silencio que lo rodea y que mella su ánimo, medita. Piensa en el suicidio. Maldice su suerte. Se conduele de su bella esposa y por ella y por sus hijos decide buscar al mejor de sus amigos. Cuando se reúne con él decide sin rodeos: “Yo he visto cómo miras con deseo a mi esposa y como sé que eres un buen hombre, te voy a pedir que la desposes porque yo seré dentro de muy poco un inválido y no podré hacerla feliz”.

Su amigo no atina a responder nada ante su resolución. Y las torpes palabras que profiere, como para alejarse del incendio que le espera, usted las acalla extendiéndole el diagnóstico que el doctor le dio. Comprenderá que todos sus seres queridos reaccionarán de la misma manera cuando les plantea sus planes. No desea ser ningún lastre para ninguno de ellos y desea vivir solo. Poco a poco todos aceptan sus deseos.

¿Es eso amor? ¿O egoísmo puro? Es un amor tan grande como el que recibirá de su esposa que se irá de su vida y su lecho para tener otra vida al lado del amigo que se ha convertido en cómplice de sus planes. Ella sólo pone una condición. Bañarlo un día a la semana.

Usted, conmovido, acepta.

Y ella, su bella esposa, a quien no puede acariciar ya porque es prisionero de su cuerpo, sólo percibe por su mirada cuánto la ama y la desea, porque ella también se desnuda para que usted sienta cómo esa piel todavía recuerda momentos de placer compartidos, porque el cuerpo tiene su memoria y el amor sólo se transforma, y los dos son ahora una llama que se aviva con el frescor del agua que corre entre los cuerpos.

octavio paz

Esta historia real que alguna vez escuché de los labios de una devota de la música gitana en Playa Michigan, donde brilla la arena en competencia desesperada con las estrellas, me recuerda ese poema de Octavio Paz que dice:

 “Amor, isla sin horas,

isla rodeada de tiempo, claridad

sitiada de noche”.

Os deseo, a todos por igual, ser náufragos de esa isla y que el único rescate sea arder para iluminar esas noches donde se escabulle la razón y el sueño es un puerto lejano.

Arturo Mendoza Mociño, periodista cultural y editor independiente/yambacaribe@gmail.com

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